Dibujar con ceras.
Cuento sobre la siguiente nota:
La señora mayor que se
puso a mearse encima en el anterior pub llegó al nuestro pidiendo una milnueve
y un chupito de tequila blanco. Antes de pedirla me preguntó si estaba
autorizado a servirme. No entendí aquella pregunta porque no sabía que minutos
antes la habían echado por mearse encima delante de la barra mientras el resto
de la gente se quedaba ojiplática viendo aquel reguero que salía de aquella
mujer, así que le dije que sí, y ella me llamó guapo. Acabó tan borracha que
dejé de servirle chupitos de tequila blanco. La cerveza ni la había tocado.
Parecía una mujer muy solitaria, porque cada vez que me acercaba trataba de
contarme algo de su vida sin yo apenas abrir la boca. Pero de su boca solo
salían balbuceos, y después de cada chupito apenas salían consonantes sueltas
casi sin acabar. Cuando salió tropezó con las escaleras y cayó de bruces contra
el suelo de la acera. La gente que estaba en la puerta bebiendo y hablando se
acercó a ayudarla. Una de las del escuadrón suicida se acercó porque la
conocía. La mujer no paraba de decirle que la quería mucho. V decía que sí, que
estuviese tranquila, que tenía que irse a casa. Cuando les ofrecí ayuda me
dijeron que estaba muy sola, y que por eso bebía tanto.
Estaba mareada porque había
bebido hasta mearse encima delante de todo un público de un bar una noche de
sábado.
Tenía sesenta y muchos y
el pelo rubio se le pegaba a la frente. El carmín ya hacía rato que se desbordó
de la línea. Como los dibujos de cuando eras pequeño.
Te decían que no te
pasases de la línea del contorno. Así el perrito, el gatito, el delfín, la
vaquita, se representarían mejor. Por eso de pequeño no sobrepasaba la línea
del contorno.
Hace tiempo que la mujer
que entra casi a trompicones al pub ha pasado el contorno. Y los rayazos de las
tizas de cera han dejado de parecer algo enternecedor. Porque parecen pinchos,
lanzas que se clavan a la mano cuando la acercas al fuego.
Hace tiempo que mis lanzas
y mis pinchos han dejado de quemar y solo dan algo de lástima en el mejor de
los casos. Por eso no puedo evitar bajar la mirada y pensar en lo peor cuando
la mujer se sienta con dificultad en el taburete de la barra.
- ¿Puedes servirme?
- ¿Perdón?
-Pu… Puedes… Espera.
Se ríe entre dientes
mientras una cacha se le resbala del taburete.
- ¿Puedes servirme?
-Claro. Dígame, ¿qué
quiere que le ponga?
-Ay…
Suspira. Enternece los
ojos, y coloca los codos sobre la barra y se lleva las palmas de las manos a la
mandíbula.
- ¡Guapo!
-Gracias, señora. ¿Qué le
apetece hoy?
- ¿Puedes servirme una milnueve?
-Claro.
Repaso mientras bajo la
mirada hacia las neveras. Las neveras de las barras de un bar sirven para la
reflexión. Son como las colas del súper, o los bancos de un aeropuerto. Pequeños
no lugares en donde ordenar pensamientos.
Los móviles han sustituido
esto. Buscamos en ellos evidencias de que, en alguna parte, algo o alguien
necesita algo de nosotros.
Me pregunto la razón escondida
que tiene esta mujer para solicitar que le sirvan en un bar. No lo supe hasta
unas horas después cuando, a punto del colapso, alguien me advirtió de que la
habían expulsado del anterior bar por mearse encima.
Como un chorro. Un reguero
de pis. Orina como lanzada en baldes. Una lengua de orines con dirección y paso
marcial que golpea machaconamente el suelo y aparta los zapatos de un salto
como si fueran a tocar lava, o un líquido radioactivo.
Uno se mea consciente y
apenas aparta las cosas que está haciendo. Como mearse en la ducha, o en el
mar.
Si pintas de rojo el
vestido y la tiza se te va, la raya atraviesa el contorno como un disparo de un
fusil de precisión. Y el personaje que pintas sangra, o parece que sangra, como
deben de sangrar las heridas cuando buscas en el fondo de un vaso de cóctel
algo, o alguien, que quiere algo de ti mismo.
- ¿Tienes tequila blanco?
Me encanta el tequila blanco.
Entorna los ojos cuando me
habla. A veces inclina ligeramente la cabeza, pero el peso sigue siendo pesado
para la poca estabilidad que soporta. Por momentos parece que se vaya a caer
con todo el peso al suelo.
Sirvo chupitos de tequila.
Uno, dos, tres, cuatro. La cerveza no la ha tocado.
Me llama para que le sirva, pero no me pide nada una vez la alcanzo. Trata de decirme algo, pero las palabras se pierden.
Al quinto le digo que,
quizá, es hora de irse a casa. Me deja el monedero para que le coja lo que me
debe. Apenas tiene dinero. Le digo que ya está, todo correcto, que mejor volver
a casa a dormirla, que ha sido una gran noche, y que es mejor dejarlo todo
cuando se está en lo más alto.
- ¡Guapo!
Balbucea. Se tambalea como
un junco en plena tormenta. Cada paso en firme es un terreno ganado en el Risk.
Los traspiés se pagan con batallones de artillería.
Cae de frente en la misma
salida. Esos escalones algún día nos darán un disgusto. La mujer casi se deja
los dientes en el asfalto.
Los que están alrededor de
la entrada ven la escena como a cámara lenta. Ojos que se abren a medida que la
mujer pierde la verticalidad. Como los noqueados de un combate de boxeo. Con
los labios hinchados tras veinte asaltos, y los ojos desviados y los párpados
pidiendo unirse, antes del gran rebote contra la lona.
Una de las mujeres del
escuadrón suicida, ese grupo de cinco que conocen a mi colega Laura que vienen
todos los sábados a dejarse la tráquea bebiendo chupitos y copas de vete a saber
qué, se acerca al tumulto que se ha formado. Agarra a la mujer y la llama por
su nombre.
Han llamado a una
ambulancia.
- ¿Necesitas algo, V?
¿Traigo agua?
-Sí, gracias.
Llevo unas botellas de
agua para ella, para la mujer y los dos colegas que la están sujetando por los
sobacos para mantenerla despierta.
-Te quiero mucho, V, te
adoro, sabes que que que sabes que yo te quiero verdad a que sí V ververvverdad
eh?
V me mira como cruzándome
la carne y los huesos.
-La conozco. Está muy
sola. Por eso bebe.
-No debí servirle nada. No
lo sabía. Lo siento. No parecía muy perjudicada cuando entró.
-No te preocupes, no es
cosa tuya. A veces la veo por ahí, totalmente ida. ¿Sabes que la echaron del
local de al lado? Se meó encima. Delante de todo el mundo. Un cristo.
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