Caballos en movimiento.

Cuento sobre la siguiente nota:

Los dos borrachos a los que eché por ponerse a destrozar el baño. Uno de ellos lo conocía Laura. Me dijo que tenían mucha pasta, que no les invitase a nada, porque además eran unos gilipollas. Lo supe cuando, al servirles, me pedían descuento. Solo los imbéciles piden descuento antes siquiera de decir hola. La mayoría de la gente hacen alguna gracieta sobre el precio, y si consiguen empatarse conmigo a veces les invito a unos chupitos o les hago precio si son muchos. Cuando los eché uno de ellos se quedó mirando a Álvaro, que en ese momento estaba en la puerta con un cigarro en una mano y en la otra una ristra de vasos de papel para la gente que se iba del local.

-tú qué eres? ¿El guapo?

Álvaro se quedó mirándolo de hito en hito sin decirle nada. Fumando con parsimonia. El otro borracho acabó yéndose. A pocos metros cayó de bruces contra el suelo. Como un saco de patatas. Como si alguien lo hubiese noqueado.


"En 1872, una polémica enfrentaba a los aficionados a los caballos de California. Leland Stanford, exgobernador del Estado y poderoso presidente de la Central Pacific, y un grupo de amigos suyos sostenían que había un instante, durante el trote largo o el galope, en que el caballo no apoyaba ningún casco en el suelo. Otro grupo, del que formaba parte James Keene, presidente de la Bolsa de Valores de San Francisco, afirmaba lo contrario.

En esa época no se conocía una manera de demostrar quién tenía razón, hasta que Leland Stanford ideó un sencillo experimento: este consistía en un método que fotografiaba al caballo en las diferentes etapas de su galope y que proporcionaría una vista completa de todo el trayecto recorrido, para lo cual Stanford encargó a Eadweard Muybridge que tratara de captar con su cámara el movimiento de su caballo de carreras Occident. Sin mucha confianza en el resultado, Muybridge se prestó a fotografiar a Occident trotando a unos 35 km/h en el hipódromo de Sacramento. Pidió a los vecinos de la zona que le prestaran muchas sábanas de color blanco y las colgó en torno a la pista a manera de fondo, sobre el que destacara la figura del caballo. En mayo de 1872, Muybridge fotografió al caballo Occident, pero sin lograr un resultado, porque el proceso del colodión húmedo exigía varios segundos para obtener un buen resultado.

Muybridge desistió durante un tiempo de estos experimentos. Más adelante realizó un extenso viaje por América Central y América del Sur, donde fotografió las construcciones de las líneas ferroviarias. Al volver, reemprendió su trabajo sobre la fotografía de acción, y en abril de 1873 logró producir mejores negativos, en los que fue posible reconocer la silueta de un caballo. Esta serie de fotografías aclaraba el misterio (le daba la razón a Stanford), pues mostraba las cuatro patas del caballo por encima del suelo, todas en el mismo instante de tiempo". Wikipedia. Eadweard Muybridge.


-No acabé de mear.

Los pantalones bajados y los gallolos a medio camino. Tropezaba con la lengua y apenas lograba mantenerse con una mano apoyada en la pared. El suelo lleno de papel, pegañento por tirar copas y otros fluidos corporales. A la hora del cierre de un bar, cuando la luz se enciende, las cucarachas piden otra en vaso de plástico para el camino.

Llevábamos tiempo escuchando golpes y risas enlatadas desde el baño de hombres. Estaban los dos rompiendo con todo. Una vez acabaron, a uno le entra ganas de mear y a mí se me acaba la paciencia.

-Me importa tres cojones. Largo.

El otro subnormal no se mueve. Ha dejado de sonreír.

-Tranqui, ¿no?

-No. Largo de una puta vez o empiezo a repartir.

Pasos pesados y mirada perdida al frente. Línea de horizonte en el primer tercio.

Laura me advirtió que a este grupo no les perdonase nada. Al llegar, el más gilipollas, el del pelo ensortijado me pidió descuento. Somos muchos a consumir, me dijo, el muy hostiable. Eran cuatro. Me dieron ganas de abrirlos en canal con un sacacorchos y una cuchara de postre de esas de las bodas, esas que son tan pequeñas que dan ganas de metérselas por el culo al inventor de algo tan inútil.

-Te haré precio.

Una mentira como una casa. Les dije que el precio eran unos euros por encima del estipulado. Con la rebaja pagarían lo que debieran, y ellos, con su cara de atropellos de la naturaleza, putos infartos de chipirón, esquejes de calabaza y mejillón, pensarían que habían hecho el chollo del siglo.

No pareció importarles demasiado darse cuenta de que, a las cuatro copas, ni descuento ni leches.

-No les hagas precio. Los conozco y son unos ratas. Tienen tanta pasta que la cagan- me llegó a decir Laura. Y luego, con su eterna sonrisa, le servía otra copa al sargento de la Guardia Civil que venía todos los findes a darnos la brasa mientras le miraba el escote a Laura y a todos nos sangraban los oídos de tantas gilipolleces.

-Venga, joder, a tomar por el culo ya.

El empujón le coge por sorpresa y el paso que está a punto de dar le permite no comerse la puerta con los dientes.

Lástima.

Me habría gustado verte sangrar como un puto cerdo. Y luego escucharte llorar alguna estupidez y que tus amigos se compadecieran de ti, y todos llorando como trozos de mierda rodeados y dándoos abracitos y besitos y diciéndoos muchas veces te quiero. Y luego os ataría de pies y manos y os lanzaría en una puta catapulta. Y me encantaría ver cómo vuestros sesos y vuestros ojos y orejas estarían esparcidos por la calzada, pandilla de mamones hijos de puta.

-Vale, joder, tranqui, tío.

Álvaro está en la puerta, con una ristra de vasos de papel en una mano y un pitillo encendido en la otra. Me mira absorto.

-Nunca te había visto tan enfadado.

Le explico el estado del retrete y un breve dossier del par de retrasados que cruzan delante de él sin inmutarse, con pasos de procesión.

El de los pantalones por la línea de las pelotas se apoya en la puerta del coche que hay a la entrada del bar. Mira a Álvaro de hito en hito. Parece que va a abrir la boca. Un impulso visceral brota de su hígado y evita vomitar por segundos. La sangre le vuelve a correr por el cerebro y articula unas palabras.

-Tú, tú qué eres, ¿el guapo?

Álvaro lo mira. Yo lo miro. Le da una calada y no dice nada. La estela de humo se pierde en la noche. Hace fresco, pero ambos estamos en camiseta, y el saco de mierda y su amigo el cuerpo escombro están abrazados a sí mismos. El del pelo ensortijado viene con su amiga. Llevan un rato viendo la escena. Se han acercado, pero no dicen nada. Álvaro les dirige una mirada. Yo tengo al retrasado a una hostia de distancia. Me vale con estirar el brazo derecho.

La última pareja que estaba en el local sale. Son un chico y una chica. Los dos guapísimos, visten con estilo y se ve que tienen ganas. Son jóvenes y altos y guapos y muestran al mundo sus encantos. Son amables y educados y sonríen por lo bien que se lo han pasado. Se despiden al cruzar el umbral de la puerta, y Álvaro les tiende los vasos, que ellos aceptan con agrado y se van dando las gracias y las buenas noches.

En otro momento les habría cantado una canción, escrito una oda, compuesto un poema, dado dos besos y un abrazo, pero lo que me apetece en estos momentos es romperles los putos dientes al ricitos de mierda este y a la comitiva de comemierdas que siguen apoyados en el coche.

-Que tengáis buena noche, pareja.

Lo digo sonriendo sin apartar la mirada del abrazamierdas que, por momentos, parece que va a vomitar lo que toda la noche lleva racaneándole a su amigo ricitos de hostias.

-Gracias, igualmente.

Ella se contonea con sus tacones y él marca culo. Apenas me fijo. Hoy no tengo ganas de observar la belleza del mundo que impregna todas las cosas. Hoy quiero ver dientes rotos y escuchar con pasión el crujido de huesos contra la piedra.

El grupo del descuento decide irse. Álvaro no se ha inmutado. Lleva dos pitillos y no lo he visto parpadear. No se ha movido. A mí me tiemblan las manos y las piernas, estoy a punto de saltarle a la chepa a alguno. Pero él no mueve ni un músculo. Ni la respiración alterada, ni las pupilas dilatadas. Nada.

El abrazafarolas da cuatro pasos y tropieza. Se cae de frente, dándose con la cara en el suelo. Sus amigos corren a levantarlo. Miramos la escena desde la distancia.

Miro a Álvaro. Él me mira.

Nos vamos dentro.

A limpiar.

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