Alucinaciones.

En este duelo de 'concetos' tengo que mezclar, de forma casi milagrosa, el 23F, la velocidad de obturación y el hilo de Ariadna.

Allá vamos.

Ana Amado


"Fueron unos meses obsesivos, felices, pero conforme avanzaba en mis pesquisas y cambiaba mi visión del golpe de estado no sólo empecé a comprender muy pronto que estaba adentrándome en un laberinto espejeante de memorias casi siempre irreconciliables, un lugar sin apenas certezas ni documentos por donde los historiadores precavidamente apenas habían transitado, sino sobre todo que la realidad del 23 de febrero era de tal magnitud que por el momento resultaba imbatible, o al menos lo resultaba para mí, y que por tanto era inútil que yo me propusiera la hazaña de derrotarla con una novela; más tiempo tardé en comprender algo todavía más importante: comprendí que los hechos del 23 de febrero poseían por sí mismos toda la fuerza dramática y el potencial simbólico que exigimos de la literatura y comprendí que, aunque yo fuera un escritor de ficciones, por una vez la realidad me importaba más que la ficción o me importaba demasiado como para querer reinventarla sustituyéndola por una realidad alternativa, porque nada de lo que yo pudiera imaginar sobre el 23 de febrero me atañía y me exaltaba tanto y podría resultar más complejo y persuasivo que la pura realidad del 23 de febrero". Javier Cercas. Anatomía de un instante.

La cantidad de glóbulos rojos que hay en una gota de sangre se mide por la refracción de la luz. Y por lo que el material absorbe. Es la ley de refracción de Beer-Lambert.

Absorbemos luz y reflejamos luz.

El caudal de nuestra luminancia bien podría ser la velocidad de obturación. Una manera de cerrar o abrir el grifo de nosotros mismos. El vigía del caudal de nuestras emociones. Nuestro -como comparación obvia- ojo, nuestros globos oculares, nuestra, en definitiva, vista.

Ver el recuerdo de nuestras arrugas como surcos en un campo por el que el raño ha pasado. Como un mapa de nuestros movimientos. Como caminar por la nieve. Y qué satisfacción da -decía Craig Thompson- el saber que no durará para siempre.

En un cuento de Mariana Enríquez, una niña le da algo a su padre: "se encontró algo en el suelo y se lo enseñó a su padre, y éste le dijo que las marcas mostraban -formaban- un rostro de casualidad".

Ver es caminar. Y absorbemos con cada paso.

Empleamos migas de pan como referencias de nosotros mismos por el tiempo. Vemos fotografías de nuestros viajes, nuestras comidas, nuestros deseos. Buscamos en esos recuerdos algo de nosotros mismos que quiera avisarnos de algo.

Llamamos nostalgia a las migas de pan que dejamos.

Las migas de pan, o hilo de Ariadna, es también un concepto usado en informática para obtener una secuencia en una línea de texto y, así, obtener sus pasos y poder retroceder. Ariadna le dejó un ovillo a Teseo para que pudiese matar al Minotauro del laberinto y así poder regresar. Fue voluntario en el sacrificio de catorce jóvenes para mantener la paz. 

Nuestra lucha en la vida y la seguridad de un hilo que nos saque de la mierda. Nuestra nostalgia, nuestra memoria como migas de pan. Como un aviso para navegantes. Como la luz de un faro.

Pero los barcos naufragan.

Mirar atrás, observar los efectos de la propia memoria no es desandar el camino. Oliver Sacks demostró que recorrer ese camino de migas de pan ofrece resultados no del todo satisfactorios. Porque no se trata de encontrar la gran verdad. Raras veces la encontraremos. Adaptamos nuestros recuerdos conforme avanzamos. Caminamos con nuestras luces y nuestras sombras.

Uno de los episodios nacionales de la historia moderna dice que todo ciudadano se acuerda perfectamente de cómo vio en directo y por televisión el golpe de Estado del 23F de 1981.

Es mentira.

Nadie lo vio por televisión en directo.

Las imágenes grabadas de aquellas cámaras de televisión se publicaron más tarde de las 12 del mediodía del día siguiente, cuando el parlamento fue liberado de los golpistas.

Fue la radio quien lo retransmitió en directo.

No vimos luz. No vimos nada.

No hubo luz. No se aclaró nada.

Pero ya veíamos. 


De regalo un poema que me gusta:


Ninguna palabra, ningún apretón de manos, hasta el encuentro;

no sufras, amigo mío, ni te veas muy triste.

En la vida no es ninguna novedad morirse, y vivir no es, por supuesto, algo más nuevo.

Sergei Yesenin.

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