Una carta en mi cartera.

En mi cartera tengo cosas. Tengo una tarjeta de identificación para personas del banco, una tarjeta de identificación para personas con coche, una tarjeta de identificación para personas que pueden ser curadas, una tarjeta de identificación para personas. Otra dice que soy donante, y otra que si me muero puedo seguir siendo donante. Tengo una foto instantánea de mi abuela Tuta sonriendo a cámara. Tengo una lista de la compra que se cumplió casi al cien por cien. Tengo una servilleta de un recuerdo de una rarita a un rarito. Tengo un billete del euromillón que sé que no ha tocado, pero ahí sigue.

Tengo una pieza de un puzzle. Tengo fotos de carné. Tengo una foto de mis padres cuando eran novios. Tengo una pieza de papel de periódico sin imprimir. Tengo una canción escrita. Y la carta a los reyes magos que escribí cuando tenía 5 años. En ella pedía un muñeco que bautizamos como lambehostias. El cuadrilátero de la WWF, la super Van City y el juego Cruzada Estelar. Y un chándal.

Hasta unos dos años después no llegué a tener el Cruzada Estelar en mis manos. Había jugado con él porque se lo había regalado a mi primo Luis, y desde entonces quedé hipnotizado. Una de las pocas partidas que llegué a jugar la perdí. Pero fue perfecta.

Acabábamos el año. Estábamos Pablo el superdotado, Santi y su hermano Pablo y yo, en casa de Santi. Llevé el juego, y gracias a la inteligencia de Pablo nos enteramos de cómo eran las reglas. Yo hacía de malo. Tres ejércitos contra mí. No recuerdo querer hacer trampas, no retengo ningún momento en el que alguien se aburriera. Sí recuerdo que se nos acababa el día y teníamos que volver a casa. Tenía varias cartas a mi favor y una figura de un indestructible Dreadnought a punto de acabar con todo. Saqué una carta que les daría ventaja. Pude haberla ocultado. Se la pasé a Pablo para que me la explicara. Su cara de felicidad todavía la tengo bien marcada. Hice el movimiento, él hizo el suyo y fin. Mis tres oponentes saltaron y corrieron por todo el salón. Yo los miraba con la boca abierta. Luego me ayudaron a recoger las piezas y a cerrar la caja. Nos dijimos que aquella partida había sido la mejor de la historia. Y que había que repetir.

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