3 grados de separación.




Cuando le quitaron la voz, él se quitó la vida. Porque era un benshi, un narrador de historias en Japón. El hermano mayor de Akira Kurosawa, Heigo Kurosawa, narraba las películas de cine mudo. Llegó el sonido y los narradores dejaron de ser útiles. Tras una serie de huelgas infructuosas, Heigo creyó que su vida había acabado, y se fue. Era el año 1933.
Uno de los maestros de Akira Kurosawa le dijo que su hermano era muy negativo, y que cuando nació él, había sido como si hubiesen sacado un positivo de su hermano. Que tenía los ojos siempre con una mirada sombría. Y Akira, por el contrario, transmitía luz y serenidad. Cuando un periodista le preguntó al ya consagrado Akira Kurosawa de las razones por las que hacía cine, éste respondió: "hago cine para que la voz de mi hermano viva".
Una de sus películas va sobre la historia real de un aventurero que, en su viaje por lugares angostos, encuentra la amistad en su guía. Dersú Uzalá, que acompañó a la expedición de Vladímir Arséniev, era un cazador chino de la tribu Hezhen que, en varias ocasiones, salvó del hambre y el frío al aventurero. Uzalá era nómada, y conocía bien el mundo que lo rodeaba. Siempre solo en medio de la nada, adaptaba su rutina conforme el clima, el lugar, la fauna y la flora.
Arséniev quiso traerlo a su tierra.  Dersú estaba quedándose ciego. Al no poder cazar, su supervivencia se hacía cada vez más insoportable. En Rusia, el guía de la tribu Hezhen tampoco supo adaptarse al nuevo mundo y se marchó. Murió asesinado, solo, en medio de la taiga.
Como un Christopher McCandless queriendo escaparse de sí mismo. No hay nada más aterrador para estas personas que sentirse solo rodeado de multitudes. Nadan contra corriente hasta quedarse flotando en la oscuridad de un cenote. No notar dónde están los puntos cardinales, no saber en qué dirección caen las cosas. Frederik Barth entendía que las fronteras eran el resultado de la propia diferenciación cultural y no al revés. No es que tú y yo seamos diferentes y, por tanto, tengamos que señalar que no somos iguales; tú y yo no somos iguales porque nos emperramos en mantener esa línea que nos separa.
Pero hay gente que prefiere flotar en el punto oscuro de un cenote. Y en medio de la nada se sienten íntegros. Como un paracaidista. Como un marinero.
En Interstellar el protagonista, interpretado por Matthew Mcconaughey, se encuentra al psicólogo de la misión encerrado en su camarote. Solo una chapa metálica de unos cuantos centímetros nos separan de la nada, le dice. Cooper, el protagonista, le cuenta que muchos de los mejores regatistas del mundo no saben nadar. Ante la atenta mirada del psicólogo, que sigue sin comprender del todo qué significa eso, Cooper le presta una grabadora y unos cascos. Lo que escucha a través de ellos es el viento, una tormenta y el canto de los pájaros.
El agua, flotar en la nada. El módulo lunar del Apollo XIII se llamaba Aquarius. Tras una explosión, decidieron desde tierra que los astronautas deberían volver en él. Un ingeniero de la base en Fresnedillas, Madrid, dijo que lo usaron como bote salvavidas. Cuando pidieron desalojar el centro de comunicaciones, varios ingenieros se escondieron para poder ver el desenlace. Todo el mundo estuvo pendiente de su regreso al planeta. Ellos eran solo tres.
No nos lanzamos a aquellos brindis al sol de vivir la verdad cuando el catálogo de Ikea llegó a nuestras vidas, pero ahora nos deshacemos en conatos de incendio y rabia cuando la muerte avisa de que es la nada. Estar rodeado de nadie se ha vuelto insoportable.
En "el nadador en el mar secreto" de William Kotzwinkle una pareja pierde a su hijo recién nacido y lo entierran.
El viaje nunca fue lo que hay allá afuera. Fueron los pasos que no viste, las palabras que dijiste en las que apenas reparaste.
Fue siempre nadar en la oscuridad del cenote. Fue flotar en la nada. Pero con los ojos abiertos y sonriendo. Con esa sensación de caminar dejando un trazado de tus pasos sobre la nieve. Qué gusto da el saber que esos pasos no serán para siempre.

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