Volver.

Mientras caminaba a la central de Cruz Roja en León un chaval que iba pegado a un pastor alemán me preguntó si sabía quién era el cantante que llevaba en la camiseta.
Había cruzado las inmediaciones de la catedral caminando deprisa porque hacía mucho calor. Apretaba tanto que los turistas ya no se arriesgaban a ponerse frente al inmenso monumento. Sudorosos y carentes de melanina se refugiaban en los soportales que hay en frente. Delante de las tiendas de suvenires. diciéndose a sí mismos lo incrédulos que eran por pensar que el sol no existía de esa manera. Jóvenes ninfas y precarios ninfos con peinado de arbusto lamido al norte y occipitales rapados bailan sentados en los parques donde da algo de brisa. Todos con la sensación de estar haciendo algo relevante. Pasé delante de un valiente que salió a la palestra infernal y debí entrar en el encuadre porque se enfureció. Y yo vestido con una camiseta de Jimmi Hendrix y sonriendo como un gilipollas.
He vuelto.
Al menos metafóricamente. He vuelto a las andadas porque así me lo ha pedido Cary y yo la creo. Llevo año y medio de estancamiento total. Salvo por tres grandes excepciones, por supuesto.
He visto dos veces esta semana Rogue One y repaso mentalmente los cuatro o cinco proyectos que tengo previstos para un futuro cercano, además de trabajar en tres reportajes y un documental con fecha de entrega inmediata.
Y en menos de un mes vuelvo a dibujar. Me pongo con la historia que llevo más de un año trabajando. No sujetaba un lápiz para esto desde que tenía 18 años. Y ahora cargo con 32 palos.
Pero he vuelto.
Toca pelearse.
Mi cuñao Quique me dijo que para él eran importantes todas aquellas burradas que soltaba cuando me rasgaba las vestiduras. Quizá me pasé mucho tiempo durante este año y medio mirándomelas. Pero, al parecer, esto es normal. Son etapas. Una de las grandes me dijo hace poco -un día que tenía mala hostia por culpa de una infección de orina que la tenía amargada- que ella también pasaba por lo mismo. Que ya no sabía diferenciar en qué momento era vocación o una justificada argumentación pro esclavitud moderna. Y es verdad. Es vocación aquello que amamos tanto como para matarnos en el proceso.
Ah. Por cierto. Al chaval que iba pegado a un pastor alemán le dije que no. Que no tenía ni idea de quién era el cantante que llevaba impreso en mi camiseta. Ante la atenta mirada de dos turistas que asistían al espectáculo afirmé mi ignorancia fingida. Para qué negarlo, si me encanta ser un gilipollas resabiado. Friki de mierda.
Encantado de volvernos a encontrar.
No, no. El placer es mío. Sigamos a lo nuestro. No nos vayamos a rajar ahora.

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