1 hora y 58 minutos de gloria. La Ría del Amianto sale en El Mundo.

-Hola señor
-Aquí Javier Nadales para El Mundo...
-Jajajá, ¿qué pasa tio? ¿Qué te cuentas?
-Tengo que darte una muy buena noticia.
-Ah, ¿sí? Cuenta.
-El repor del amianto sale... ¡en portada!
-¿¿QUÉ??
-QUE SALIMOS EN TODO EL PUTO PAÍS!!!!!!

Esto me lo decía ayer Javi Nadales por móvil a las 19.28 minutos de la tarde. Imaginaros el panorama. Tenía las manos temblando. Dos años de trabajo para contar la historia de lucha de los afectados por el amianto en el naval de Ferrol. Vino Javi y en una semana sin apenas dormir sacamos un currazo de la leche que, en un comienzo, iba para la sección de Sociedad. Tres páginas, con unos fotones de Javi de la hostia y un texto mío de diez mil caracteres. No se podía hacer mejor.
A las 21.26 de la noche, mientras hablábamos de cómo lo celebraríamos, Javi me dijo que nuestro tema se caía de portada. Javier Espinosa venía cargado de historias sobre Nepal y nos quitaba protagonismo.
Fue un bajón del copón.
Pero, con el tiempo, acepté el hecho como parte indispensable de un gremio que cambia según la propia actualidad, y me sentí orgulloso igual de lo que habíamos hecho por dos razones.
Una es que esta historia tiene madera como para ser portada de un diario nacional, y dos, porque nos quitó la portada Javier Espinosa, uno de los más grandes reporteros de internacional que ha parido este país ingrato. Que un medio nacional como El Mundo proponga como portada una historia de afectados por amianto en el naval ferrolano tiene mérito, pero más mérito tiene cambiar esta historia por aquellos nepalíes que las están pasando canutas.

Esta mañana he ido a comprar dos ejemplares del periódico, para tener de recuerdo. En el momento que abría las páginas de la sección de Sociedad me he quedado de piedra al ver esto.

El reportaje que me ha costado enderezar dos años de mi vida y mi tiempo, que verá la luz en forma de libro en breves, venía firmado por otra persona. Cuando abrí las hojas comencé a leer, y mi sorpresa fue mayor al observar que el primer párrafo no estaba, y que la primera frase, la más demoledora, era cambiada sin sentido alguno.
Las fotos venían cortadas por una maquetación absurda, quitándoles información.
Algunos compañeros de la capital me han informado que la segunda edición del periódico ya viene corregida con mi nombre. Es algo que agradezco, pero es lo de menos. Lo que me afecta de verdad es el texto y las fotos.
Otra errata GORDA que he encontrado es el pie de foto de Amalia, en el que pone que ha trabajado durante tres décadas en el astillero, lo cual no es cierto. Y en el docu, la doctora Carmen Diego pasa a ser Riego, pero en eso yo entono el mea culpa, porque lo revisé mil veces y no logré verlo hasta que la propia Carmen me lo citó.
Así que me veo obligado a poneros el texto original, y recordaros que los enlaces a la web SÍ merecen la pena, tanto las FOTOS como el mini DOCUMENTAL, que son una puta obra de arte.
Gracias una vez más a Mario y a Javi y a todos los que habéis trabajado en la sombra para sacar este tema adelante.

[Actualizado 05/05/15]:

A las dos horas de la presentación en sociedad del trabajo, y tratando de contener la rabia y a mi madre (que se puso histérica y al borde del colapso) me llamó uno de los jefes de sección del EM2, que es como la versión 2.0 del propio diario, en donde entran temas de sociedad, ciencia, arte y cultura con más calado y mayor rigor. Se disculpó sin disculparse, como diciendo no fue culpa de nadie pero yo me disculpo, para acabar pidiendo disculpas con todas las letras y, apelando a mi profesionalidad y entendimiento del gremio, rogó que siguiera colaborando con ellos y con Javi, que según él (no sé si lo dijo por quedar bien o porque lo creía de veras) hacíamos un tándem de puta madre. Al rato Javi me pidió direcciones postales para enviarme ejemplares del diario con la errata corregida. Y ahí quedó todo.

He aquí mi parte del trabajo, corregido y editado por Javier Nadales:

–Papábamos amianto. Lo pa--ba-mos.
Juan Manuel Pérez Valcárcel enfatiza cada sílaba mientras gesticula con los brazos en alto y repiquetea el suelo con los zapatos marcando el ritmo. Le cuesta respirar. Está sentado en el sofá del salón de una pequeña casa de las llamadas viviendas de la Bazán, barrio obrero de la ciudad portuaria de Ferrol. El gorgoteo constante de la máquina de oxígeno reverbera por las cuatro paredes. El aire que le llega a la nariz inunda las partes todavía sanas de unos pulmones que parecen recauchutados, mustios, acorchados, abotargados por el amianto. Este material tóxico mató a su hermano Ramón, que apodaban el Veneno, de asbestosis y mesotelioma en el año 1988 pero, a diferencia de él, se lo reconocieron. Valcárcel tiene 75 años y asbestosis, y se ha pasado el último lustro batallando con la empresa Navantia en los juzgados para que le den lo que le corresponde.
–No sirve de mucho el dinero, no te creas– afirma apesadumbrado– ahora ya no puedo dar un paseo sin fatigarme, y eso no se paga con nada.
Les han quitado lo mejor del último tercio de sus vidas. Nadie les avisó de su toxicidad. Cristóbal Carneiro, el que fue primer presidente de la Asociación de Afectados por el Amianto en Galicia (AGAVIDA) durante siete años, que perdió a su padre por un cáncer por amianto, va más lejos. “Algunos trabajadores cuentan que los sacos en los que venían las mantas tenían las etiquetas cortadas. En ellas venía la información de su toxicidad. Los responsables tenían que saberlo, y nadie hizo nada”. La máquina de oxígeno es como una lavadora puesta todo el rato. Y Valcárcel, que le llaman así porque Pérez era un apellido muy común, baja los brazos y suspira en alto.
–Toda una generación al carajo.
Algunos no cumplían los quince cuando tocaron el astillero por primera vez. Llevaban pantaloncitos cortos y zapatos que tenían que durar todo el año cuando entraron en la empresa que daba de comer a todo Ferrol. No tenían dinero para pagarse una carrera. Eran proyectos de hombre destinados a convertirse en mecánicos, soldadores, electricistas, carpinteros, bomberos, montadores, caldereros, pintores, tuberos, delineantes, torneros, plomeros o calafates. En obreros del naval, en definitiva. Trabajar dentro, como se decía entonces, era la mejor de las opciones. Ahora, esa generación que alimentó la ciudad se muere antes de tiempo.
En los talleres recibían formación durante cuatro años. En todos ellos las mantas de amianto estaban presentes desde el comienzo. Veían cómo cosían las mantas para hacer cojinetes y forrar válvulas o motores, hacer mamparos de planchas de madera o metal y poner entre ellas mantas de amianto, o ver a los soldadores o los electricistas cubrir cables o tubos para protegerlos de los cambios bruscos de temperatura para que no estallasen las uniones. Esa formación equivalía al bachillerato superior y, si valían, salían de allí como operarios de tercera. Los que no, iban para peones. Estarían, así, toda su vida montando, aislando y reparando barcos. Nadie les avisó de que ese material con el que trabajaban cambiaría por completo el final de su historia.
Casi la totalidad de aquellos diez mil trabajadores, entre fijos y contratas, de las empresas Bazán y Astano de Ferrol (hoy Navantia), se expusieron al polvo de amianto en el trabajo. Al menos uno de cada diez desarrollará una enfermedad mortal de aquí al 2020. Esto lo dice Carlos Piñeiro, médico experto en la materia. Este doctor descubrió, en la década de los 90, casos de asbestosis aguda en trabajadores retirados que habían forrado con amianto los túneles de la base naval de A Graña. Tosían sangre, y en ella, casi a simple vista, había fibras de amianto. Casi tres décadas después, Ferrol ostenta una de los índices más altos de tumoraciones por exposición al amianto de Europa.
Es una enfermedad cruel y rara que puede llegar a esperar cincuenta años para desarrollarse. Algunos de los afectados son incapaces de comprender su situación. Como Ramón Capotillo, que no ha cumplido los 65, encargado de hacer las revisiones de seguridad en los barcos sin protección alguna. Ramón pasó de una fibrosis pulmonar, una enfermedad considerada benigna que provoca restricción respiratoria, a una asbestosis o un mesotelioma en menos de dos años. Cuando se lo dijo el oncólogo, no es que no se lo creyera, es que no tenía ni idea de lo qué le estaba hablando. Hace cuatro días podía hacer 80 largos en la piscina. Hace dos, tenía un solo pulmón que le condenaba a fatigarse al subir unas escaleras. Hoy es un número más que engorda la lista de fallecidos por el amianto.
Es una imagen que muchos repiten cuando se les pregunta por su trabajo. Entre aquellos mamparos cobrizos, sorteando recovecos, cables, tablones y otros compañeros, veían, cuando un haz de luz atravesaba el habitáculo, las partículas de aquel polvo dulzón que se les pegaba como harina al buzo. Había alguno que hacía la broma y decía que aquello parecía una sauna. Otros, en las veladas (horas perdidas de madrugada entre turnos de trabajo) en las que, oficialmente, nadie dormía, las pasaban jugando a las cartas o durmiendo. Sobre las mantas de amianto. Mantenían bien la temperatura, eran calentitas. Otros, en los descansos, llegaron a arrancar pequeños jirones de tela de amianto, darles forma para después tirárselos a la cara a algún compañero. Como un juego inocente. Ese aire apenas se renovaba, ya que los habitáculos eran pequeños y casi estancos. Las fibras de amianto, además, flotan en el aire durante horas, se inhalan y permanecen en los pulmones. El sistema linfático las filtra hasta la pleura y allí necrosan con el tiempo. En el peor de los casos se puede desarrollar un mesotelioma, un cáncer de pleura. En una población normal, estándar, se da un caso de este cáncer por millón de habitantes por año. En Ferrol, según Carmen Diego, la neumóloga jefe del Arquitecto Marcide, “en la unidad de asbestosis encontramos fácilmente, en esta zona de menos de 200 mil habitantes, más de cinco casos al año”.
“Queremos que lo paguen con la cárcel”, sentencia Ramón Tojeiro, actual Presidente de AGAVIDA y portavoz de la federación estatal que aglutina todas las asociaciones de afectados del país. Se sienten ninguneados, apartados. Apenas aparecen en las cifras oficiales. Hasta 2010 el número de afectados reconocidos en Galicia por la Xunta era inferior a mil. El aumento ha sido considerable si tenemos en cuenta que en 2002, cuando el problema saltó a la esfera pública, no se tenía ni un solo afectado reconocido. Este subregistro no es más que la punta del iceberg. La gran mayoría de los asociados han tenido y tienen problemas con varias entidades públicas y privadas en el largo camino de su reconocimiento, y si alguna vez se paga alguna indemnización, suelen ser las viudas las encargadas de cobrarla. Trabas con la administración, con el INSS, con las mutuas, con las aseguradoras, con la propia Navantia. Casos con graves afectaciones pulmonares con partes extirpadas de pulmón que son considerados aptos para una vida normal, negativas de la empresa a aceptar el convenio que deja plazas heredadas a familiares directos, aseguradoras y mutuas que escurren el bulto para decir que no van con ellas, juicios en los que se vierten opiniones dolorosas… Es el talón de Aquiles que se les ha quedado grabado a fuego. Tojeiro aclara: “El perito contratado por Navantia, el anatomopatólogo Alberto de la Cruz Mera es un mercenario. Tras casi un centenar de juicios perdidos, sigue negando la evidencia. Nos ha dicho de todo, que si el amianto se coge corriendo por As Pías, que si la gente muere por una neumonía mal curada, que si es una moda tener un cáncer por el amianto… ¡sin ver a un solo paciente!” La última baza de Navantia, que miembros de Agavida han conocido, es el acuerdo que ofrece la empresa a aceptar una plaza de trabajo a hijos de afectados a cambio de no demandar. “Nos niegan un derecho, y aún tenemos que darles las gracias”, afirma Tojeiro.
Hay quien no quiere saber, hay quien no quiere ni oír hablar del tema. Se preguntan desde cuándo lo sabían. La aseguradora Musini, hoy Mapfre, ya firmaba cláusulas en el año 86 en las que no cubría daños a trabajadores por enfermedades profesionales relacionadas con los pulmones. Porque esa generación se va en inhalaciones descompasadas. No solo los casi trece mil que, según estimaciones de AGAVIDA, llegaron a trabajar en los astilleros en su punto álgido. También se van aquellos que nunca lo pisaron. Amalia Vázquez vive en una casita en el Ponto, a kilómetros de distancia de la zona fabril. Pasa los días en un salón pequeño, mirando la tele. Una de las baldas de la estantería que tiene al lado está abarrotada de cajas de medicamentos. Tiene puesta esa lavadora que nunca acaba porque no puede respirar sin ayuda ni un solo momento. Se ha acostumbrado al zumbido de la máquina. Amalia rompe la monotonía dándole sorbos a una botellita con agua.
–Es que este aire me seca la garganta– dice con una voz menuda, llevándose a la boca unas manos en las que tiene grabado el mapa de trabajo de décadas en sus arrugas. Décadas de ahuecar un buzo que llegaba blanco, como cubierto de harina, y salía azul oscuro a base de cepillo y agua. Su marido, fallecido, trabajaba dentro. Tiene fibrosis pulmonar, y deriva con el tiempo en una asbestosis.  Amalia tiene los ojos pequeños, que se humedecen cuando piensa en los suyos, en su marido, y en ella.
–No me extraña que la gente que sufre haga lo que sea.

Es la primera mujer con una enfermedad por exposición al amianto. A ella le dijeron que no había nada que hacer, que no le iban a dar un duro. Le queda ánimo para reír. Recuerda a su marido cuando se ponía histérico viendo el fútbol y movía las manos haciendo aspavientos. Hay que tirar adelante, eso lo tiene claro. Como ella, como todos ellos. Con lo que sea. Aunque cueste respirar.

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