Anotaciones de Cabo Verde 4.

Durante el 'Paréntesis. Y dos'

Paramos el coche haciendo una curva, y cuatro o cinco metros había un cartel que avisaba que habíamos llegado al parque. Sabía que allí se hacía la foto no porque Joao me lo dijera. A apenas unos metros, escondidos por el desnivel de la tierra, varios jóvenes, incluso algún niño, se acercaban con las manos oscuras y la cara trabajada, portando pequeñas baratijas como excusa del recuerdo -ese recuerdo que, como la foto, poseemos para recordarlo, para hacerlo nuestro- hechas con piedras negras y con pequeños trozos de caña, a modo de techumbre de paja. Y saqué la foto, se suponía que debía hacerlo. Miré a un lado y al otro y simulé el ruido del disparador. Entonces bajé la cámara y nos metimos de nuevo en el coche.

Caminar sobre tierra fértil de color negro y ver salir de ella un manzano. Y creer que debajo de esas piedras no hay nada. Y es que no hay nada. El secreto está en ellas. Dentro de ellas.

Casas pequeñas flanqueaban el camino de piedras. Al girar a la derecha en una de ellas, un grupo de mujeres vendía ropa agitando los brazos, y después una nube de humo con sabor a carne inundó el coche. Y un niño estornudó. Y agarró una pequeña piedra negra, que luego tiró con rabia. Y la piedra refleja colores cuando la luz refleja en sus recovecos.

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