Ivan, por sí mismo.

Este reportaje se realizó para el tercer número de la revista del centro de Nou Barris de Creu Roja para personas sin hogar en enero de 2012.

(c) Rober Amado
















Llegué a Barcelona sin conocer nada. Un colega catalán que hice en Italia me lo aconsejó. Ni las calles, ni la gente, ni nada. Deambulando por Paralell topé con la cola de un comedor. Entre la gente conocí a un hombre que hablaba mi idioma. Era kosovar. Me fui con él a dar una vuelta. Lo acompañé hasta la zona franca.
Allí, me contó, tenía unos colegas que me caerían bien. Ni idea de lo que era aquella zona. Cuando llegamos a un rincón abandonado, me paré a observar la mierda que se escondía por allí. Giré la cabeza y vi a mi amigo comprando unos paquetitos blancos. No sabía qué era aquello ni me molestaba demasiado. Mi colega se sentó, y comenzó a prepararse algo. Al rato se estaba chutando. Le pregunté por qué lo hacía. Si aquello le dolía, qué era. Me dijo que no, que lo probara. Sacó otro saquito, preparó la chuta y me la metí. La primera vez no sentí nada. Me dio otra. Volví a chutarme. Me entró paranoia. Sentí angustia. No se muy bien por qué, pero sólo recuerdo haberme metido otras dos más aquel día.
Perdí todo en pocos días. El dinero y mis pertenencias las vendí para chutarme. Me sentía solo. Cuando no podía conseguir dinero en la calle, robaba. Robaba cosas pequeñas. Dormía en la calle. La primera noche no dormí nada. Había mucha gente. Pasaba el tiempo yendo a estos lugares para meterme. Entre el frío y no comer nada, acabé en un centro de salud. Me detectaron hepatitis C. Después de eso volví a la calle. Frío. No dormir, no comer. No comía nada. No podía. Tenía cerrada la garganta. Sólo robaba para chutarme.
Pasé poco tiempo en la cárcel. Después de eso me fui a un programa de metadona. La mezclaba con mierda y me chutaba. No había salida. Sólo el fin. Droga y más droga. Sin familia, sin amigos, sin nada. La culpa es mía. Sólo mía. Por eso no hablo con nadie. Me siento avergonzado. Dejé de contactar con mi familia por eso. Por vergüenza.
Chapurrea italiano mezclado con español, por los catorce años que se pasó allí. Iván es montenegrino. Llegó aquí en 2002, una noche fría, con un colega catalán que conocía en su trabajo de mecánico. Habla atropelladamente mientras recuerda. Sus brazos tienen algo más que tatuajes. Le pregunté por uno de sirena, sonríe. Una chica italiana. Bordea un moratón, en la parte interna del codo, que le recorre el antebrazo dibujando una vena hasta la mano. Cicatrices de escasos dos centímetros cortan transversalmente los antebrazos. 
-Qué le dirías a alguien que quiere probar esto?
-Que es el final. La primera vez es el final. Que no lo pruebe. Que no vale la pena.





Comentarios

Entradas populares