Llegó a mi casa diciéndome...

Llegó a mi casa diciéndome que ésta parecía confortable y cómoda. Le abrí la puerta y le pedí que me diese su capucha. Se la colgué y le invité a que viese el salón. Se fijó en los dibujos de la pared, en las fotos, en los posters.

Se sentó a la mesa, dubitativa. Había, desplegada sobre la misma, un montón de cosas ricas que, aunque aparentando lo contrario, me habían costado hacerlas un riñón y parte del otro. Ya sabes, cosas de andar por casa, facilitas, le dije con toda la sorna del mundo. Y ella no declinó la oferta cuando le ofrecí un poco de todo.

Le presenté a mi gato y le gustó. Apenas le dedicó mucha atención porque no paraba de mirarme. Yo hacía como que me importaba por el puto gato, y le contaba anécdotas suyas constantemente, y cada vez que la miraba a los ojos ella me esquivaba y le rascaba otra vez en la frente al gato. Atravesaba la puerta agradeciéndome la invitación, la cena, el gato. No dijo nada de las miradas.

Se fue de mi casa diciéndome que ésta parecía confortable. Pero nada cómoda.

(Creo que se me notó demasiado que quería llevármela a la cama...)

Comentarios

Marma Gonsil ha dicho que…
mmm, a cada entrada tuya me convenzo más de que , a pesar de ser otro el blog, sigue escribiendo el mismo...
Espero que no te importe que envíe a mis lectores romanticones y pastelosos a acariciar tus letras. Tienen que hacerse duros y sólo enviándolos aquí lo consigo...juasjuas.
Biquiños,Ro!!

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