Amalia Vázquez Delgado.

Amalita del Ponto. La llamaban así. Murió hace un año, el 6 de diciembre de 2016. Amalia Vázquez Delgado. He buscado en internet y salen cinco referencias. Su esquela y cuatro enlaces a reportajes de prensa. Tenía 74 y padecía asbestosis.
En 2006 Paco Varela, periodista de tribunales de La Voz de Ferrol escribía esto: "Ella recuerda que desde 1962 en que su marido ingresó en la antigua Bazán lavaba dos o tres buzos a la semana. Era una persona solidaria y, por ello, cuando la mujer de un compañero de su esposo estaba enferma ella le echaba una mano y se ocupaba de la ropa de trabajo. «Los buzos venían llenos de un polvo que parecía tiza de encerado, ahora sé que era amianto», dice con resignación".
En enero de 2007 presentaron su historia de forma oficial. Fueron unas jornadas médicas en el hospital Arquitecto Marcide de Ferrol. Estaban presentes su gran estimado médico de atención primaria, Carlos Piñeiro, la anatomopatóloga Cristina Durana, la radióloga Soledad Brage y la jefa de neumología Carmen Diego. La primera de tantas.
Conocí a su marido. Hacía las tardes en un campo de fútbol a donde unas docenas de renacuajos íbamos a entrenar, allí en Piñeiros. Lo recuerdo como un hombre amargo. Me enteré de que lo conocía cuando fuimos a entrevistarla para un reportaje que se publicaría en El Mundo. Javier Nadales y yo, con cara de circunstancia, a su casita en el Ponto, en Narón, a varios kilómetros de distancia del punto fabril más cercano. Ella con los pulmones abotargados. Nos miraba como miran los perros apaleados. Con ese mirar hacia ninguna parte. Entre la miseria y la nada. Que solo miran hacia arriba para saber si va a caerles algo.
Entramos y nos ofreció lo poco que tenía. Uno de sus hijos dormía en la habitación de al lado. Era mariscador, de a flote. Estaba reventado, como acaban todos ellos, con la espalda machacada de rascar con esas pértigas de decenas de metros para conseguir un par de kilos de una almeja que seguro ya está contaminada. Otro hijo (político) me preguntó por mi camiseta de los Beatles y me preguntó que si me gustaban. Le dije que sí. Durante un momento aquella podía pasar por una tarde normal. De visita a la abuela, como tantas otras cosas. Salvo por el clac clac del espejo que se abate de la cámara de Javi. Lo veíamos hacer fotos en silencio. A ella, tan íntegra y tan entera que solo sus huesos y piel la mantenían erguida. Cuando le pregunté si había decidido denunciar me explicó que a ella no le quedaban opciones. Para qué. Algo le habían dado ya a su difunto marido para que se callaran los dos. Solo le quedaba esperar. En aquella butaca, rodeada de frascos de fármacos y la máquina de oxígeno. Su familia, su casa, su tierra.
Al llegar a casa me llamó la buena mujer para corregir un dato. Ella tenía asbestosis. No mesotelioma. Se había confundido. La voz era frágil. Es curioso. Con toda la vida a cuestas y su voz era frágil. Con toda esa experiencia.
Javi me dijo en sus notas que una de las cosas que más le habían impresionado era ese ruido de lavadora estropeada que nunca acaba. La hice propia y la puse en el reportaje y en la última corrección del libro. Estaban a punto las galeradas y quería reconocerle la última aportación de un tema imposible de terminar que empezó a escribirse cuando él y la gran María Crespo me arrinconaron en una pizzería cerca de la calle Pez y me dijeron que parase. Que llevaba dos años contándoles la milonga, que tenía material hasta para escribir un libro. Recuerdo que aquellos días dormía en la casa de la madre de María. A la mañana siguiente agarré la libreta y me fui al baño. Llamé a Ramón Tojeiro para preguntarle por su mujer. Hablé con ella. Quería que me contase cómo había sido aquella última mañana de Bastida, el afectado que fue llamando a todos antes de morirse. Al día siguiente de aquella llamada telefónica murió.
Se fue como se fueron tantos. También se fue Valcárcel. Y Capotillo. De seis entrevistas que hicimos Nadales y yo para el reportaje ya se han muerto la mitad.
Y nadie parece hablar de ellos. En internet no salen ni sus nombres. A veces me pregunto por qué hacéis esto. Es peor que lo que los mataron. Los abandonáis, los dejáis en el olvido.

Siempre se dice que para evitar caer en el olvido, es necesario recordar. Para que los que se fueron estén presentes de alguna manera. Que no siempre se obtiene la justicia deseada. Ni el reconocimiento. Fue injusto lo que te hicieron. Pero algunas personas te conocieron y otros tantos demostraron que tenías razón. Puede que no haya papel firmado que lo diga, pero tenías razón. Tú y los tuyos teníais razón. Los que quedamos lo mantendremos. 
Hasta que nos volvamos a ver, Amalita del Ponto.


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