15 años despues.

Han pasado 5 años de estas fotos. Las hice como muestra de un reportaje sobre los 10 años del Prestige. Son pescadores de Muxía, una de las zonas más afectadas. Trataba de contar el día a día de ellos, con anécdotas y recuerdos de aquellos fatídicos días. Nadie me compró la idea. Estas fotos se quedaron en el cajón. A mí, sin embargo, me gustó hacerlas.
Perdí incluso las notas. En otros países, las libretas son consideradas prueba legal en un juicio. Los de prensa como tocapelotas del quién y del cómo. Lo dejé correr como quien ve alejarse esa bolsa de plástico que se te cae y en segundos ya es de nadie.
Conseguí entrar gracias a un ex patrón mayor. A Carlos (sí, otro Carlos en mi vida) le debo el que me dejaran durante un par de días ir a media mar y hacerles preguntas. El primer día solo vomité hasta casi tocar la traquea con la quilla. Carlos me dijo que él, pasado el faro de salida del puerto, era ponerse a soltar el desayuno como si no hubiera un mañana.
-Despois de iso, hai que comer o que seña.
De cada vomitona llenar el buche. Recibido. Lo hice unas catorce veces el primer día. El segundo solo dos.
La humedad se te pega a la piel y al frotarte las manos notar como sal y arena entre los dedos. Uno de los pescadores pintaba en sus ratos libres. Había sido profesor, o algo parecido, y la vida le iba bien, ganaba dinero y disfrutaba de los aires contemplativos de la gran ciudad. Pero la cosa se había puesto chunga y en uno de esos renuncios que te da la vida encontró un salvoconducto. O lo que es mejor, encontró a una persona. Y acabó aquí, o sea allí, en Muxía, en un pueblo que siempre huele a húmedo y a sal.
Agarraban los rapes con destreza, les hacían un par de tajos y para el congelador. Las maniobras eran cortas, secas y rápidas. Cuando se atascaba algo se juntaban tres o cuatro para que la cosa fuese limpia y nadie acabase en la borda. Llegué a ver a uno de ellos literalmente fuera del barco. Apunté y disparé. Todo era negro. No había luz salvo por los faros del barco. Estábamos en ninguna parte. No había percepción de norte o sur, de arriba y abajo. Flotábamos como en el líquido amniótico. Era como volver al comienzo. Con el silencio roto por el renqueo de las poleas dañadas de óxido. Como si para salir de aquello hiciese falta el supremo sacrificio de parir con veinte centímetros de dilatación del coño.
Nadie quiso esta historia. Otro fracaso, sí, claro. Ya sabemos de qué va esto.
Pero yo vi amanecer en medio de ningún lugar. Vi las primeras luces mezclándose en el horizonte, tapado con una manta húmeda y fría y con una taza de café hirviendo en las manos, en medio de la cubierta de proa. Solo con la cámara y la libreta. No hice nada. Para qué. Nadie lo entendería.

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