Ha pasado un año ya.

Ha pasado un año ya.
Casi me meo de excitación y nervios. Los nervios, sí. Los putos nervios. Bien podrían bloquearme, como le pasa a alguna gente. Pero a mí no, me dejan en un estado de catatonia, como un robot, y muevo brazos y ojos y boca como si no me pasara nada. Pero por dentro estoy que casi me meo.
Ha pasado un año ya desde que dije que terminaba con el libro, con las historias tristes y largas y agotadoras y qué sé yo. De todas esas cosas que duelen porque te las llevas pensando que, algún día, podrás tirarlas a la basura.
Hasta que te das cuenta que las muy jodidas se pegan y no hay dios que las saque de ti.
Mientras me engañaba, me dije que a por otra cosa. Pequeña, escaso trabajo y grandes beneficios. Y durante un año me estuve diciendo que lo que estaba haciendo era poca cosa. Sólo un pasatiempo.
Qué pena, mamaíña. Qué pena. Pena de mí, que soy un pringao y un blando. Que sí, que me dejo llevar siempre. Que voy por el mundo creyendo que todo tiene solución, que si la verdad, que si la virtud, que si la fe en las buenas personas.
Esto me pasa por gilipollas.
Ayer recibí un mensaje de alguien que necesitaba un poco de ayuda. Era una carta sencilla, para ser leída por algún funcionario que necesita pruebas de algo que para los demás es evidente. Necesitaba una prueba de amor.
Y yo soy periodista.
Y le tuve que decir a ese funcionario que sí, que yo vi amor.
Lo vi porque se estaba muriendo.
Joder.
Sí, joder.
Yo lo vi morir. Y la familia me trató como uno más. Como si fuera mío.
La diferencia es ser testigo cuando no te toca. Y apenas puedes llorar, hasta que lo que ves se transforma en un espejo, y crees que te puede pasar a ti.
Pero luego se te pasa.
Y me dio por escribir la carta como si fuera mi propio testamento. Iba por la tercera página cuando pensé en qué carallo estaba haciendo.
La borré.
Toda.
Escribí una carta como testigo presencial. Escueta, directa, sencilla. Ya se sabe.
La primera en la frente.
Y la releo para ver faltas de ortografía. Y me doy cuenta que ha pasado ya un año. Un año desde que publiqué aquí lo orgulloso que me sentía al publicar una historia en la que había trabajado dos años. Y pienso que durante este año me engañé diciendo que no haría nada del otro mundo.
Pero tengo dos libretas encima del escritorio. Tengo apuntadas fechas y datos y nombres y situaciones. Una va sobre el cáncer de mama. La otra, sobre abusos a menores de edad.
No tengo remedio.

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