Fotografía para vagos. Lección 1. Reconocerse.

A ver, os pongo en antecedentes.
El 2 de enero del presente año me hallaba cagando en los baños de un centro comercial en Lalín del que no nombraré por no hacer propaganda -porque se truña bien y a gusto- y un par de niños pequeños, fiunchos, delgados y bajitos, que no les cabrían, grosso modo -me dije-, ni siete u ocho años en el cuerpo, se pusieron a dar golpes y a mear al aibaquéchorrazo (o es ahívaquéchorrazo, o ayvaquéchorrazo, no lo tengo claro) en los retretes de al lado hasta que uno de ellos, se sentó -lo deduje al escuchar el estruendo de la taza chocando contra algo- y dijo, gritando:
-La puta cagarría...
Entonces me entró el buen rollo.
Digamos que fue un momento de inflexión. No soy mucho de hacer planes al final de año o a la entrada. Mis eras, temporadas, rachas o etapas no van por esos derroteros temporales. Por lo general trabajo a destiempo y vivo ídem. Llevaba unos días que las fotos me salían algo decentes, y la metodología de trabajo salía. Ni bien ni mal, sencillamente salía. Y cuando una colega íntima de mi colega intimísima nos dio un alegrón de la leche cuando una gran editorial la llamaba a su puerta para decirle eh, chica! escribes con nosotros?, pues me vine arriba. Y me pregunté que por qué yo no. Estaba claro. Había muchas excusas en juego. Y todas se refutaban con el simple hecho de que soy un vago de cojones.
Fue ése mismo 2 de enero cuando el motivo principal de venirse arriba se me presentó delante de mis narices.

Fue por un encargo de un redactor de Coruña del curro. Me dio dos teléfonos y un nombre de una empresa local de Lalín. Conocía la empresa -una tienda de ropa- y me fui andando. Como era el penúltimo lunes por la mañana, estaba Óscar. Es calvo-rapado de pelillos canos mixtos en la barba, con facciones marcadas y delgado. Tiene voz grave, supongo que debido al tabaco, pero es risueño, tranquilo y afable, y la rigidez de su facciones contrasta con la facilidad de reírse a menudo, aunque parezca que lo hace entre dientes. Hablamos del negocio, de lo malos clientes que somos en las tiendas de ropa, de lo cotillas, envidiosos y cabrones que nos volvemos cuando vamos acompañados. Me contaba batallitas de ejemplos en los que lo principal era ganarse al acompañante.
-Tienes que ganarte a la amiga, porque si no estás jodido. Pueden tirarte un vestido cojonudo en segundos.
-Yaa, en plan tía qué mal te sienta... cuando le queda de puta madre, ¿no?
-Tal cual.
Después le conté la idea del reportaje. No le sorprendió porque acababa de hablar con el redactor, pero no sabía nada de la foto. No pude explicarle nada porque no sabía qué es lo que tenía que hacer allí. Es algo frecuente esto de no saber qué foto quieren otros. Cuando pensamos en la fotografía solemos atribuirlo todo al hecho de apretar solamente un botón y es un error, es solamente un tercio de todo el trabajo. El restante sesenta y seis coma seis periodo se puede dividir en dos partes. Una de ellas, previa al apretar botones, englobaría al pensar fotográficamente, en primer lugar, y a la parte productiva del posterior hecho fotográfico, esto es, búsqueda de información y bibliografía, contactos, conocimiento del terreno, etc. Por lo general esa parte previa se enfoca demasiado en lo segundo, y no pasa nada, puesto que la mayoría de fotógrafos y no fotógrafos tenemos un imaginario mental bastante desarrollado. El problema es que los redactores trabajan con palabras, y cuando piden una foto, lo hacen con la misma sencillez y facilidad que cuando escriben.
Quiero una foto, y mientras articulo esta oración con el sonar de mis dedos contra las teclas (que cada vez suenan menos y, por culpa del otro, ya ni van a hacerlo), me va a salir en la pantalla del pc. Et, violà!
Pues no.
Necesitamos que nos den esa imagen mental que tienen en la chola. Primero, porque no son gilipollas -bueno, hay alguno que un poco bastante- y la tienen -la idea mental de la foto, digo- y, dos, porque no somos adivinos, y trabajamos por encargo, esto es, necesitamos adaptarnos, dentro de lo posible, al texto. Somos un equipo, les guste o no a los putos plumillas. En prensa es un binomio forzado y obligado. Os jodéis. Esto es así de toda la puta vida (diciendo esta frase al final de cada desarrollo estamos dándonos toda la razón del universo automáticamente. Probarlo).
Lo de necesitar la imagen previa es un planteamiento fundamental a la hora de entender toda la fotografía. Y el hecho de entender que para fotografiar hay que imaginar lo que va a salir en la foto no implica negar ese otro hecho que, por definición, es posible: de la misma manera que imaginamos mentalmente fotos para luego sacarlas, a veces son las fotos las que nos importunan sin haberlas pensado. Por eso este primer punto es crucial, porque da sentido a todo el proceso fotográfico de tal manera que, a veces empieza una fotografía y otras veces la termina.
Por eso me veo en la tesitura, habitual por otra parte, de tratar de averiguar qué puñetera foto es la que quieren otros. Y como en la mayoría de los casos no obtengo más que ligeras líneas de interpretación ambigua, me tengo que lanzar a la ya consabida explicación de TODO mi trabajo a la persona que tengo delante. Y tengo que hacerlo en menos de treinta segundos. 
Así que a Óscar se lo expliqué.
-Tengo que haceros una foto. Qué tipo de foto, pues no la sé, la verdad. Me dijeron que era un reportaje sobre empresarios locales que apuestan en plena crisis, o algo así, y que lo querían para el martes que viene, así que es probable que sea reportaje y no artículo, de vosotros dos, digo, que aparezcáis trabajando, se me ocurre, pero nada de posar, o sea, que vais a posar, pero no como mirando a cámara...
-Ya...
-Pero que no tiene que ser ahora, porque aun tengo toda la semana; que... vamos, que ya sabes tú que para que una foto sea natural, o sea, que no parezca forzada, que es como la gente que sale... es que la gente cuando le pones una cámara delante se sienten intimidados y, claro, luego se preguntan por qué coño salen tan mal y luego, luego preguntan que, hombre, las modelos salen bien porque son muy guapas, y yo les digo que no, quiero decir, sí pero no, porque eso de salir mal en tus fotos tiene más que ver con eso de lo que tú crees, porque es importante saber que antes hay que familiarizarse con el fotógrafo, entrar en el círculo de confianza, y acostumbrarse hasta dejar de pensar en ello, y luego, zasca! es cuando el fotógrafo te saca al natural, y entonces te reconoces, y entonces te ves bien, como cuando te miras en el espejo un día putamadre y te miras todos los recovecos de tu cara y de tu cuerpo y te dices hoy lo peto...

Mientas explicas todo esto, que dicho con una cámara grande y así del tirón parece que tiene sentido, te das cuenta de que, realmente, tiene sentido. Vas ganando en confianza y el muro de intimidad que tenemos todos cae. Hablando con la gente se bajan las defensas. Es en ése momento en el que podemos empezar a trabajar. Hasta que, con el boli apuntado la fecha en la agenda, saltan las alarmas.
-Ok, me parece genial. Entonces aviso a Sonia cuando vuelvas. Ahora bien, yo no quiero salir en la foto.
Mierda.
Entonces hay que, como me dijo en su día el gran Marcos Míguez, defender tu trabajo, o lo que es lo mismo, repetir lo anterior y añadirle el componente social que emana de tu trabajo para con él o ella. Y esta vez en diez segundos.
No suele funcionar, porque cuando uno no quiere aparecer, no aparece. Dependerá del momento (ético y profesional, privado versus público) en el que tengas que romper barreras. Otras caen conforme vas avanzando. Es común cuando llegas a un lugar a sacar fotos y, en vez de presentarte y hablar con la gente, comienzas a disparar y la gente se molesta. La mayoría no quieren salir, y entonces tienes que ganarte su confianza volviendo a repetir el proceso, hasta caer en la cuenta de que, al final, hubieses ganado tiempo y resultado empezando decir hola nada más cruzar la puerta y no click.
Entonces hablé con Óscar sobre qué día vendría bien sacar la foto. Me dijo que cualquiera de la semana. Me preguntó qué hacer con las luces y las sombras para sacar mejores fotos de producto a maniquíes. No supe contestarle bien, porque suelo usar la luz ambiental, y el tema del flash lo llevo fatal. No por puritanismo sino por dejadez. Soy un petardo con el flash de forma consciente.
Regresé a los dos días para decirle a Sonia mi propósito, en los mismos términos. Me encontré hablando de las fotos que hace para las clientas.
-A veces pierdo una venta solo por la foto que les hago. Y no es que salgan mal, lo que pasa es que no se ven bien ellas mismas.
Acabamos hablando de la parte del reconocimiento de uno mismo en las fotografías, partiendo de la técnica y acabando por citar a Roland Barthes -cosa que no debería hacer, pero soy un cuñao eterno y estas cosas me pierden-. Con la técnica pasa que puedes maquillar pequeños defectos, o aquellos puntos del cuerpo que uno no quiere que aparezcan, para reconocerte mejor. Sabemos de la fotografía que es, axiomáticamente, incorruptible y fidedigna en todos sus aspectos, pero un análisis más concienzudo del tema delata que es carne de cañón para nuestro yo más corrupto. Partiendo del sencillo hecho de que, al encuadrar, vemos que lo queremos ver, y descartamos lo demás. Dependerá de nosotros poder verificar aquello que hemos visto y lo que aparecía de verdad. Y ya en esta frase, existen multitud de versiones y contraversiones en las que no voy a entrar porque me está saliendo humo de la chola.
El caso es que, la mayoría de las veces no nos vemos en las fotos. Hecho insólito que ha curado el selfie: una versión cómoda y ficticia del llamado autoretrato, en el que, atendiendo a estándares generalistas occidentales de la imagen, nos sacamos una foto. Siempre, o casi siempre, sale bien, porque hemos saltado varios escalones en el camino del acto fotográfico, alcanzando, casi de milagro, la foto que nos gusta. Hemos roto la barrera íntima, actuamos de una manera más nuestra -aunque esto último es discutible, prefiero decir lo que otros afirman de que actuamos según lo que se espera de nosotros- y con el encuadre y punto de vista perfecto, el picado, porque físicamente nuestro brazo siempre nos va a centrar en la foto, dinamizando nuestras facciones y haciéndonos quedar guapos.
Sonia me dijo que, claro, no había pensado en ello, porque siempre saca las fotos de frente, y la persona sale lejos. Le invité a que pensara otros encuadres. Que buscase detalles pequeños y no planos tan generales. Que jugase con los puntos de vista como lo hacen en las revistas de moda, haciendo picados -persona que hace la foto en posición elevada mirado hacia un plano inferior- o contrapicados -la inversa-.
Llevábamos como una hora hablando sobre estas cosas y otras cuando le dije de hacer la foto. Ella pensaba que pasaba por allí a saludar y se sorprendió. Me dijo que no le gustaba salir en las fotos porque le pasaba lo mismo que a las personas a quienes no les gustaba las fotos que le hacía con el móvil para verse la espalda del vestido. No se reconocía. No le gustaba verse en fotos, porque salía mal. No daré una descripción de cómo era ella porque mostraré una foto. Hicimos un par de fotos, ella haciendo como que estaba cortando piezas de patronaje en una mesa abarrotada de retales, reglas y tijeras. Estaba tranquila y sonreía. No fueron muchas las fotos que hice. A veces observaba, entre foto y foto, que hacía gestos suyos, casi innatos, cuando estaba relajada.  Esos gestos trataba de conservarlos en las fotos, porque eran suyos, y es más fácil reconocerse. Ella decía que no, que al final siempre salía mal. Por mi parte, trataba de hacer algún chiste fácil sobre fotógrafos deleznables, o largaba parrafadas sobre cómo veía yo la fotografía de estudio, y entonces disparaba otro par de fotos, y así durante apenas un cuarto de hora. Seguimos hablando otro rato y nos despedimos.
Volqué las fotos en el archivo del curro y me olvidé del tema.
El 2 de enero volví al trabajo y vi que el redactor había escogido una de las cuatro fotos que volqué. Luego busqué el periódico del día en el que había salido el reportaje. En un rato que tenía libre me acerqué a la tienda (La Más Koketa) y le pregunté por la foto.
-Oye, salí muy bien en la foto. Quiero decir... yo me vi muy bien. Y la gente que lo vio, me reconoció, me dijo que había salido muy guapa... pero ya les dije yo que eso era del photoshop...

(c) Rober Amado
Y eso. Que con esto y un bizcocho, estrenamos año y sección: Fotografía para vagos.

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