Paréntesis. Y tres.

Y ahora vuelve por un momento y fíjate. Cuando embarcamos lo tuve en la retina por un tiempo ilimitado. Lo seguía con sus movimientos bamboleantes. Con esa poesía de pasos que van al compás del du-dum de un tambor en una procesión, ligeramente inclinado sobre su eje. Al rato busqué un asiento cerca, para poder seguir viéndolo. Con su camisa verde, sus pantalones de pinzas, sus mocasines, sus gafas negras, con ese porte... La disposición física y moral de aquel hombre me atraía y me repudiaba, me atormentaba, me preocupaba. Tranquilo y sereno. Seguro. Con la mirada fija en ninguna parte, constante, con esa sensación de estar dispuesto a que, llegado el momento, tuviera que ser tenaz, implacable. Letal.

Y todo esto tomándome un café, ya ves. Que no lo pruebo desde la cagarria de hace una semana. Y que luego me digas que no te echo de menos.

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