Crónicas de Cabo Verde. A modo de epílogo.



Play.

Me despierto a las tres de la mañana con el llanto desesperado de un niño pequeño que llora como si lo estuvieran en canal. Sudo hasta encharcarme. Tiemblo. Intento dormir. Sueño con que voy a la casa de ese mamón y le abro la cabeza con un adoquín por estar abusando del niño. Chop chop hace la sangre contra la pared, y los golpes en una cabeza que parece plastilina. Al día siguiente un niño sale del edificio con un brazo con escayola. Pero no parece el mismo llanto. Cuando se lo digo a Carmen me dice que tendría que haber caído de una litera, y haberlo escayolado esa misma noche. Y me mira. Qué te da la nariz? pregunta. Pues eso.

Esa nariz que dice ella es el instinto entrenado a base de palos y años. Nariz que yo no tengo y me cuesta encontrar, quizá porque nunca acabé de creer lo que veo. Y las calles se pintan del naranja de la mañana, de un naranja que se transforma en cobre, y nuestra sombra salta de una roca a otra, y luego a una papelera, corre por una pared blanca mientras deforma las cabezas cuando pasa por las ventanas, sobre la arena se arruga y después sobre el barco oxidado que está varado en la playa. El azul del cielo se va haciendo más intenso, y el conductor me dice que estuvo veintisiete años viviendo en Suiza, y que lleva aquí poco menos de una semana. Que se cansó del trabajo y decide volver a casa, dejando hijos y media vida.



Volver.

Me acordé de ti y no me he quitado la sonrisa ñoña todavía. Pensé en qué nos diríamos al vernos. Qué me preguntarías. Qué te contestaría. Las cosas malas tienen la mala costumbre de irse deprisa. No da tiempo para mantenerlas en la memoria. Hay que estrujar el cerebro y salen todas juntas y explotan como fuegos artificiales, y las retinas tiemblan como buscando puntos de enfoque. ´Te las contaría así como vayan saliendo, y tus retinas temblarían como esos fuegos artificiales. No dar crédito a lo que se ve, suelen decir los mayores. Muchos de ellos lo dicen aun sin tener ni puñetera idea de qué clase de fuegos están viendo. A veces ni siquiera distinguen colores.

Y tú estarías ahí de pie, en la estación de bus de Vigo, y me verás, y yo te veré. Con una barba larga y con un par de kilos menos, con botas militares negras de las que sobresaldrán los calcetines de rayas blancas y granates, y los pantalones verdes oscuro, y una camiseta negra, cargado como un burro. Y no por las maletas, bien sabes a lo que me refiero. Y miraré hacia atrás como queriendo ver sobre mi espalda para saber si todavía sigue estando Praia en el camino de mis pasos. O Sao Filipe, o Mindelo. Y tras convencerme de que nada ha sido un sueño, diré hola. Y tú, bueno, tú dirás lo que quieras. Quizá bienvenido a casa. Y un beso, y un abrazo. Y con eso me baste.

Minuto 4.01.

All this feels strange and untrue,
And I won't waste a minute without you.

Comentarios

Entradas populares