En la playa.

-Tengo los pinreles y la punta de la pirola a medio congelar. Hace un frío del demonio. Estoy envuelto de arena fina y agua, detrás de un muro construido con nuestras propias manos. Aquí sólo quedamos el Alberto, Pablo, Hugo y yo. Hace rato que Carlos desapareció. Lo último que recuerdo de él es cuando dijo que iba a hacer caca, que se le estaba congelando el ojete, y no volvió. Eso fue tras la segunda oleada. La primera nos pilló de sorpresa, todavía con las defensas bajadas. Habíamos parado para comernos un bocata, y de repente la tuvimos encima. Llevé un sopapo tan grande que acabé con la cabeza metida en la arena y tragando media playa. Cuando me levanté, Hugo estaba tumbado boca abajo, y el resto estaban reforzando la trinchera. Alguien no probó bocado, porque uno de los bocatas estaba sin tocar, flotando en el agua. Creo que fue Alberto el que dijo que era mejor retroceder posiciones, pero aun con el susto en el cuerpo, decidimos quedarnos. A veces les miro a los ojos y les pregunto que qué locura la nuestra. Que siempre nos metemos a hacer estas cosas. Otras veces responden, hacen chistes, nos lo pasamos bien recordando. Esta vez nadie dijo nada. Nos limitamos a quitarnos la arena de los ojos. Otros preparaban la munición para soltarla a ráfagas hacia ningún lugar. Estuvimos toda la mañana cavando como locos, con un solazo sobre la chepa que quemaba, cambiando de turno cada dos horas, pasando del jefe y de su manía con el corte de digestión, y de vez en cuando atravesando las líneas enemigas para ver cómo estaba todo. Y ahora, en menos de un segundo, dos oleadas, y preparados para la tercera, con la luz anaranjada de cuando se acaba el día, cagados de frío, esperando relevos y con lo poco que tenemos para atacar...
-¡David! ¡Niños! ¡Nos vamos!
-Se acabó todo, el relevo ha llegado -musita.
-David, déjate de tonterías y recoge la pala y el rastrillo. ¡No! Ni se te ocurra subir al coche con toda esa arena. Haz el favor de ducharte. Toma, cámbiate el bañador.
-Pero mamá, ¡que me van a ver la pirola!
-¡Esa boca! No rechistes que te doy. Hala, dúchate, que yo me pongo aquí con la toalla. ¿Ves? Así nadie te verá mientras te cambias -la madre rodea al niño con la toalla. Por la línea inferior puede observarse un pie, luego otro, y cómo cae un bañador mojado, lleno de arena en los bolsillos.
-¡Nos vemos mañana en la playa!
-¿No le dices nada a Pablo? Dice que mañana vuelven aquí a jugar.
-¿A dónde?
-Es que pareces tonto, niño. Que mañana vienen a la playa, a jugar.

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