"Volver después de tanto, para esto"

Miembros de la plataforma de afectados por preferentes y subordinadas Rías Altas en Ferrol






-Jamás perdonaré el haber perdido toda mi juventud y a mis padres para darles de comer a esta gentuza. Jamás, jamás lo perdonaré.

Josefa Toimil agarra la cucharilla y revuelve. Diez minutos han pasado desde que dejó posar los gránulos de café descafeinado sobre la leche. Hace frío, el cielo es gris, y son las 10.30 de la mañana de un mes de abril que acaba, sentada en la terraza del café Sevilla en la calle Galiano de Ferrol. Durante todo este tiempo se escucha el atronador sonido de bocinas que provienen de escasos veinte metros. Son sus compañeros que protestan delante de la sucursal del Banco Novagalicia. Apenas se distinguen los matices de sus palabras, que se intuyen, al menos por los ojos vidriosos.

-Tenía 18 años cuando me fui en avión a Suiza. Vivía en Cervás, cerca de Ares, con mis padres y mi hermano, que ya falleció. Trabajábamos el campo, porque no teníamos otra cosa. Esto fue en el año 71. Mis padres tuvieron que pedirle prestado dinero a nuestro vecino para poder pagarme el billete. Ese vecino era amigo nuestro, y había probado suerte en Suiza, así que nos llevó a unas hermanas suyas y a mí para trabajar. Recuerdo aquel día muy ilusionada, aunque mis padres estaban muy tristes. No sabían qué me iba a pasar, pero era eso, o nada.

-Llegué a Basilea con 18 años, como te decía, y fui a parar a un hospital. Vivía con otros españoles en una residencia para menores. Trabajábamos lo mismo que los mayores, pero cobrábamos mucho menos. Es que allí, la mayoría de edad es a los 21, y por eso estuve tres años así. Pero vivíamos en una residencia, allí, en el hospital, porque allí tienen residencias para los trabajadores del hospital. Estuve 17 años viviendo en Suiza, y trabajé como una burra todo el tiempo que pasé. Pero estaba contenta. Tenía mis nueve horas de trabajo todos los días, y después  me iba a limpiar unas oficinas de una fábrica de medicamentos. Los jueves que libraba, limpiaba casas. Lo único que hacíamos en el tiempo libre era ir a un local español los sábados, a hacernos nuestras fiestas.

-A los ocho años de vivir allí conocí a uno del Bierzo, muy majo. Acabamos casándonos. Apenas teníamos vida, como te decía. Él trabajaba muchas horas, como yo, y como todos los que estábamos allí. Él se tiraba sus nueve horas en la construcción, y los fines de semana limpiaba discotecas. Estuvo antes en Francia, durante dos años. Luego acabó en Basilea, y nos conocimos. No nos pagaban mal, pero ahorrábamos todo lo que podíamos. ¡Mira tú cómo era la mentalidad de entonces! Nos quitábamos de lo que teníamos para el futuro, para cuando fuésemos viejos, para nuestros nietos, o nuestros hijos, o lo que cuadrase. Perdí mi juventud, pese a que vivía bien. Ya sabes, te preocupaba más el futuro, y como era joven, pues no te parabas a pensar tanto en el día a día.

-A los dos o tres años mi madre enfermó. No sabía qué tenía, así que me vine a España un par de meses. Seguíamos sin saber nada, porque los informes no estaban claros. Me tuve que ir de vuelta. La verdad es que en Suiza no ponían ningún problema. Ya teníamos la doble nacionalidad. Al poco mi madre empeoró, y supe que no podía estar sola. Al menos tenía a mi padre. Pero eran mayores, y no dejaba de pensar en ellos. Decidimos que iría mi marido un tiempo para echar una mano. Y después de estar en Suiza 17 años, volví con mis padres. A los seis meses de volver, mi madre murió.

-Nos enteramos de lo de las preferentes por la tele. Estaba viendo el programa este de La Noria, y aparecía un matrimonio alemán que contaba que habían perdido todos sus ahorros. Y yo decía, ¡qué sinvergüenzas! ¡Cómo roban de esa manera a la gente! Entonces, al día siguiente me quedó el gusanillo, y fui a la sucursal del pueblo a preguntarle al director por los ahorros que habíamos metido. Fíjate yo que en ése momento me acordé del banquero de cuando vivía en Suiza. Siempre recordaré sus palabras. Me dijo que por qué llevábamos nuestro dinero a España. Fíjate que me lo decía por aquél entonces. Y nosotros creíamos, ya sabes, cosas de la mentalidad de aquella época, que a dónde íbamos nosotros, iban nuestros cuartos. Y así fue cómo metimos nuestros ahorros de toda la vida en la caja de ahorros. Siempre hablábamos con la caja de ahorros. Pero no le hice caso a aquel hombre. Mira tú que yo pensaba que, en cierta manera, era para su ventaja. Quiero decir, que lo hacían para su beneficio. Nos decían que podríamos tener nuestra jubilación y nuestros ahorros allí, y que si lo necesitábamos en España, pues no había problema en darlo. Aquél hombre nos estaba ayudando. Recuerdo que todos los españoles tratábamos con él. Hablaba alemán, pero también nos entendíamos en italiano. Era un buen hombre. Cuando fui al día siguiente a la sucursal del banco me acordé de él. Fue hace poco, en el 2009. Fui a hablar con el director. Un tal Tomás. Y le dije que qué eran eso de las preferentes. Yo, ya ves tú, cuando vi aquello no desconfiaba, porque el día que nos dijeron de meter nuestro dinero en la caja de ahorros, nos dijeron que era a plazo fijo, pero que era de un plazo de cinco años. Yo pregunté que qué era eso, y Tomás me dijo que era un tiempo para la Caja, para que viese si le era rentable o no, y que de ser así te lo devolvían. Pero cuando me presenté allí al día siguiente de eso que te estoy contando de la tele, me dice el director abiertamente, allí delante de todo el mundo que sí, que eran de preferentes.

-Entonces al día siguiente le pedí los papeles donde aparece eso que yo he firmado. Me dice que no, que no los tiene, que los tengo yo. Estuvimos mi marido y yo rebuscando por toda la casa y nada. Al final me los dieron, que los tenía él. Y le dije que lo iba a denunciar, que cómo era posible que nos hicieran esto. No sabíamos qué hacer. Un amigo nuestro nos dio un recorte de periódico en el que aparecía la plataforma, y nos informamos, y aquí estoy. Esperando. Pagando nosotros las tasas de la denuncia, y ya ves. El arbitraje anterior nos salió mal, y por eso seguimos aquí. Luchando. Y seguiré haciéndolo. Y como yo, otros tantos. Que emigraron buscando algo de lo que vivir, y volvieron a un país ingrato que nos roba. Porque eso es lo que no les voy a perdonar a estos sinvergüenzas. Que me haya pasado toda mi vida trabajando y ahorrando sin disfrutar de mi juventud ni de mi familia para acabar así. Jamás, jamás, jamás lo perdonaré. Seguiré luchando hasta que recupere lo que es mío. En la calle, donde sea. Pero lo haré. Volver después de tanto tiempo, para esto.

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