Viaje a USA. Bravas, Estrella Galicia, Curtis y Cabernet.

Chapter 3. Bravas, Estrella Galicia, Curtis y Cabernet.


Ayer por la noche cenamos en un restaurante de gente guapa y cool de Athens: The National. Tiene un estilo muy barcelonés, de antigua fábrica de techos altos reconvertida a lugar de encuentro con encanto, sillas desparejadas de madera y mantelillos a cuadros rojos y blancos y rosas sobre un fondo de tonos pastel. Nos sorprendimos a nosotros mismos cenando patatas bravas y ensalada Waldorf y bebiendo Estrella Galicia. Al parecer somos una plaga que se extiende sigilosamente.
Al llegar al hotel me quedé dormido viendo la tele, en donde aparecía un anuncio de unos niños que hablaban en clase de sus padres y de todo lo que hacían por ellos, como si fueran superhéroes, y todo eran lugares comunes pero dentro de un coche enorme. La frase final era algo así como que los niños decían que eso era lo que les hacía parecer héroes. Me mató tanto, que empecé a darle vueltas, pero al rato apareció un anuncio de esos que salen en la tele de Homer Simpson, en plan comida grasienta que rebosaba hasta casi salir de la pantalla, todo en primeros planos con travelling y una ligera inclinación a la izquierda, como si, queriendo seguir la trayectoria del bacon, tuvieses que levantarte y salir a por ella. Entonces me quedé frito.
A la mañana siguiente, tras tres cafés de medio litro y bagels tostadas, entre tanto pensar sobre lo importante que es la televisión -o lo que sale en ella- como indicador en una supuesta escala de deseabilidad social, nos dimos cuenta que llegábamos veinte minutos tarde a desayunar con Mark. Mark Steinmetz, fotógrafo de renombre, discípulo de Garry Winogrand, nos esperaba, junto con mi hermana -está trabajando para él- en una cafetería para gente guapa y cool. Al llegar, después de haberme liado con el gps y confundir a todo cristo de dirección, encontramos una pequeña cabaña de madera reformada, con cristaleras que daban mucha luz al local, que tenía mesas de madera, y en la entrada había una gran barra y una nevera en donde tenían tartas de todos los colores y sabores y a cada cual más dulce que la anterior. Creo que pillé algo de diabetes sólo con mirar.
Mark es un tío muy agradable. De padres europeos, no parece el típico yanqui exagerado. Aunque es de los que deja la mano al caer cuando te la da. Así que, al estrujársela tanto, supongo se hizo a la idea de la sangre atántica que corría por mis toscas venas. Al sentarnos nos ofreció, si no lo habíamos hecho ya, echar un vistazo a los postres, porque eran de gran calidad, y no la mierda de desayuno que daban en los hoteles. Eso me gustó por tres motivos. Uno porque tenía razón, dos porque la alternativa era zamparme un trozo enorme de tarta de chocolate al que ya había fichado al entrar, y tres porque eso me sirvió para entrar en conversación. Al rato, mientras mis padres intentaban mantener la compostura -mi madre mejor que mi padre, pues sabe defenderse mejor en inglés, mientras que rigrís respondía en español, además de insistir en hacer chistes con frases hechas que, para ponerlo aún peor, intentaba traducir literalmente, lo que no hacía más que empeorar la situación-, yo me iba a la barra, a por un regular, un piece of chocolate cake y un New York Times. Dejé un buck de propina, lo que hizo que la camarera me guiñase un ojo. Lo atribuí a la propina, no a mi sexappeal, pues detrás de mí había un italiano que daban ganas de agarrarlo y estamparlo contra la pared de lo bueno que estaba.
Entré en conversación casi embarruntado, pues estaban hablando de lo del Papa. Pensábamos que era una forzada venida de las manos que lo mueven, porque, a pesar de ser un nazi, los de la curia que están detrás son todavía peor. Incluso llegamos a insinuar que podría estar metido en temas de pederastia, o estar encubriéndolo, o algo así. Mark preguntó si estábamos todos de acuerdo, y al responderle que sí, se sorprendió. Luego hablamos de lo triste e insípido que es el american way of life sureño. La idiosincrasia del coche, y de la no existencia de la figura humana andando en todo -o casi la mayor parte- del trazado urbanístico de las ciudades americanas. También hablamos de las armas, y de la conciencia que hay en ciudades como Athens, que son mayoritariamente universidades pueblo, lo que ayuda a lanzar ideas innovadoras al resto de la población.
Luego fuimos a dar un paseo. Aquí los paseos son cosa de tarados y homeless. Aquí no pasea ni el Tato. El día era gris, y tras caminar varias cuadras me di cuenta del absurdo de pasear. Estas ciudades no están hechas para eso. Son extensiones kilométricas de carreteras perfectamente diseñadas en cuadrícula, en donde van apareciendo casas y negocios. Hay muchos árboles y vegetación mezclados con el paisaje urbano. Las aceras son como en las películas, rectángulos de hormigón puestos uno al lado del otro en línea recta, entre los cuales hay, como en las películas, grabados hechos por niños que ahora ya no lo son tanto, con palabras sueltas, frases, corazones, o uno súper chungo que vi en el que aparecía un reloj y, al lado, algo parecido a 'la hora final'.



Sorprende verse a sí mismo, con tanto bagaje en la chepa, sacar fotos con el móvil a casas con menos de cien años de historia, cuando a menos de diez minutos en coche, en Ribadavia, hay un barrio judío con, al menos, siete siglos de antigüedad. Pero este país es así, con una conciencia joven, que se emociona con cosas triviales y banales, que erige estatuas por cualquier chorrada, que grita al paso de cualquiera que haya hecho los deberes. ¡Ni tan siquiera se preocupará de que los haya hecho bien! Porque lo relevante, lo importante, lo que ayudará a que te levantes mañana con más fuerza, no será las dos horas que te pasas mirándote al espejo cada mañana pretendiendo ser otro, ni las cervezas del bar arreglando el mundo con los mismos gañanes que, como tú, cree realmente que puede ser útil para algo. No. Lo importante es, simple y llanamente, levantarse. Y por eso los yanquis montan una fiesta. ¡Qué digo! ¡Montan una cabalgata, un desfile, un concierto, y ponen a los F-16 a sobrevolarte con el humo del color de la bandera de tu país!
Tras un par de horas de infructuoso caminar sin toparse con algo que merezca la pena ser inmortalizado por la cámara y la memoria, fuimos a descansar al hotel.
Por la noche iríamos a un concierto. Yo conocía el artista, pero mis padres no, así que me callé como una puta y me hice el sueco. Estuvimos media hora caminando porque seguíamos sin coche, y en el hotel no sabían nada acerca de taxis. El concierto fue de los King Singers, un grupo coral muy bueno. Tan bueno que nos dieron vuelta los calcetines. El final, como esperábamos, estallaron el griterío y los silbidos. Todo muy yanqui.
Al salir fuimos a comprar un par de cds. La casualidad, lo que hace que vayas a la otra punta del planeta y no te des de bruces contra el muro que te separa del posible futuro trabajo, lo que hace que no tropieces en el adoquín que te llevaría, irremediablemente, a romperte la crisma contra el buzón de correos y evitar conocer a tu media naranja en el trayecto; esa coincidencia hizo, esta vez, que la persona que nos vendiese los cds supiera hablar español, que además nos dijese que su marido lo hablaba mejor porque estuvo viviendo en España, y la casualidad es la que hace que, al conocer al marido, éste nos contase que había vivido unos cuantos años en Coruña, que tenía un amigo fotógrafo de La Voz de Galicia, y que, además, nos presentase a algún miembro del grupo que acabábamos de ver. Y no acaba la cosa. El miembro de los King Singers que conocimos en el hall del edificio, tenía un amigo asturiano que le había enseñado, años ha, los encantos del marisco y del vino blanco del Cantábrico.
Volvimos en el coche de Curtis -nombre de un pueblo gallego, para más inri-, que es el hombre que conocimos que había estado en Galicia. En perfecto español nos dijo que no era de allí, si no de una ciudad cerca de Atlanta, y que vendrían en 2014. Nos despedimos de él como quien había conocido a un amigo nuevo, y le agradecimos enormemente el haberle conocido. En plena calle, y todavía sin creerlo del todo, nos fuimos al primer antro que nos diesen de comer, porque eran casi las once de la noche, y esta gente cena, como muy tarde, a las ocho.
Cenamos en una especie de italoamericano, en el que nos cebamos a pizza, ensaladas y lasaña. Mi padre se creyó que le estaban tomando el pelo cuando, una chica de no más de 18 años, le pedía el dni para corroborar que podía servirle vino. Chapurreaban español e italiano. Pedimos un Cabernet Sauvignon. En la etiqueta pone 'product of Spain'. Delirante.

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