Ahora que te casas... Ana.

Hace unos días tuve una de esas conversaciones triviales en las que uno intenta describir a los que tiene cerca con una única palabra. Cuando me preguntaron por los miembros más cercanos de mi familia, en tu caso, se me ocurrió que eras lista. Muy lista. Y no sé muy bien cómo se lo tomaron. Hoy en día no parece ser una virtud, y más cuando semeja que lo que de verdad triunfa es todo lo contrario, pero lo dije con orgullo. Porque, Ana, tú siempre quisiste entenderlo todo. Cabezona y testaruda como eres, nunca diste el brazo a torcer y dejaste bien claro que lo tuyo no era quedarte de brazos cruzados. Por ello, los que estamos a tu lado hemos ampliado horizontes y sobrepasado límites que sin ti nunca hubiésemos conseguido
.

Ya desde bien pequeña te recordamos lista. En “Hola-rey, pasa-rey” mostraste tu lado más analítico cuando encontraste cierta similitud entre los ojos del rey mago y el jefe padre. Enseñaste tu sensibilidad abrumadora llorando como una descosida con la recuperación de Clara, la amiga de Heidi, y el tesón y la constancia en el trabajo quedó patente cuando nuestra madre te limpió tu colección personal de cacolas de la nariz que tenías expuesta en la pared de tu habitación. Y desde entonces no has cambiado nada y, a la vez, en todo. De todo ello me enseñaste que lo más importante es seguir aprendiendo mientras caminas, que la envidia y el orgullo matan el ingenio, y que no hay mal que cien años dure que no lo cure la paciencia.

Ahora que te casas… en fin. Que te pires, que ya tocaba. Llevas rayando años diciendo que por esta no pasabas. Pero no te equivoques. Tu vida seguirá igual, la rutina apenas cambiará y tú y yo nos seguiremos insultando y zoscando en cuanto nos veamos. Sin embargo, eso no quita que siempre echaremos de menos tu facilidad para soltar improperios, ver calcetines desemparejados tirados por la casa, las “huelas”, los kiwis y los “yuyures”, el ver siempre un mínimo de cuatro botes de especias encima de la mesa, las botellas de agua en el “siempre-limpio” coche y esa pregunta misteriosa que no tiene respuesta absoluta porque todo depende, si en ese momento decides ser un grumo, o un moniyo.

Como nuestra relación nunca fue normal, y nunca nos hemos dicho que nos queríamos o que sentíamos orgullo por el otro, hoy te dedico estas palabras y un pequeño consejo: no hagas de tu vida una hipoteca porque Juan sabe que, como decía Sabina, una casa sin ti es una embajada; lee, camina, observa y escucha y nunca, bajo ningún concepto bajes la mirada. Que todo el mundo te vea los ojos. Que todo el mundo vea lo que vales.

Que todo el mundo te vea.

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