De cuando se habla un montón por teléfono (y de cuando no se habla nada). Por Manu.

(Tomando un café con mi queridísima Ana)

-Sí, hoy es mi segundo día de curro. Qué pocas ganas de ir, pero quiero la pasta.
-¿De teleoperador, dices? ¿Y cómo es el curro?
-Pues entro a las cinco, subo a la cuarta planta, me siento allí y me pongo a intentar hacer portabilidades a Movistar, y así hasta las diez. Eso de lunes a viernes, luego un sábado de cada dos curro de once de la mañana a cuatro de la tarde.
-¿Y tienes descansos?
-Cinco. Cuatro de cinco minutos y uno de diez. El de diez se termina apenas te empiezas a dar cuenta de que estás descansando, los otros dan algo justitos para ir a mear.
-¿Y de chicas, qué tal?
-Pues hay un montón, pero ya sabes, hay de todo. Además sólo son tres semanas.
-¡Bueno, hombre! 30 minutos de descanso al día, 17 días, son 510 minutos. Venga, Manu, a tí te sobran 300 para encontrar una chica y llevártela donde quieras.
-Ya, bueno, al ritmo al que voy...

...Viernes. Penúltimo día de trabajo. Mañana lo dejo, porque después tengo exámenes y aunque mi amigo Fran dice que estudiar antes del examen es trampa, yo intento (intento) hacerlo. Estoy en el descanso de 10 minutos, sacando un capuccino de la maravillosa Máquina-de-los-cafés-por-30-céntimos. Siempre hago igual: bajo a la tercera, me saco un café, me lo bebo de golpe (porque hay un cartel que dice que no se puede sacar comida ni bebida de la salita), bajo a la salida, tomo un poco el aire mientras charlo con algún compañero o escucho algo de música para moralizarme, voy al baño y vuelvo al curro. Y ahí estaba, recogiendo mi capuccino, atontado pensando en alguna gilipollez cuando de pronto me tengo que apartar para que alguien se saque un café. Caray, qué mona es esta chica, ¿no? Me trago el café (los engullo porque hay un cartel que dice que no se pueden sacar de esa sala), salgo al pasillo pensando en las ganas que tengo de mear y de pronto giro la cabeza y vuelvo a ver a la chica de antes, con un café en la mano, cogiendo el ascensor. Y claro, "¿bajas?" "sí" y entonces giro 180 grados y me cuelo en el ascensor con ella. "Yo también".

En los ascensores pasa una cosa muy curiosa. Dentro de un ascensor (particularmente uno de trabajo) siempre puedes empezar una conversación, y sabes que te van a responder. En parte porque no tienen otra cosa que hacer, en parte porque no pueden escapar. La chica, yo, treinta segundos. Veintinueve. Veintiocho. Y arranco:
-¿Qué tal?
-Bueno, es viernes y estoy aquí.
-Bueno, mujer, peor será mañana, que será sábado y estaremos también aquí.
(Ahí me respondió con un gesto que interpreté como "ya, pero a mí me jode lo de hoy"). Veinte. Diecinueve. Keep moving.
-Bueno, al menos pagan. Dicen.
-Sí, hay un rumor.
-Espero que sí, porque si no estamos todos haciendo el gilipollas.
Risas tontas (por parte de los dos) de "no me puedo creer que realmente estemos teniendo una conversación tan estúpida" y las puertas se abren. Y los dos íbamos al mismo sitio, pero la magia del ascensor se rompe cuando se abren las puertas, porque de pronto ya no sabes si el otro te va a responder o no. Y bueno, no puedo culparla por no haberle parecido interesante.

Fuera. Salgo, me estiro, me despejo un poco. Respiro. Intento hacer que parezca que no estoy pensando en cómo voy a volver a abordar a la chica. Me doy la vuelta, veo que ella se está encendiendo un cigarrillo y sigo girando la cabeza hasta que encuentro otro compañero, y decido hacer lo que mejor sé hacer: acudir a los demás. Así que enfilo a mi compañero y, en un alarde de originalidad, arranco:
-¿Qué tal?
-Psché.
Ya está, ya lo tengo. Me giro un poco, elevo un poco el tono y
-Caray, qué ánimos estoy viendo por aquí, ¿eh? -Ya la he metido en la conversación.
Los siguientes 6-7 minutos transcurren fluídos, estamos charlando los tres. La chica dice que trabaja en atención al público, en la tercera planta. Y joder, parece una persona interesante. Y justo la encuentro hoy, hay que joderse. Total, que en cuanto nos empezamos a dar cuenta de que estamos descansando, la chica mira el reloj y ve que vuelve tarde. Yo también, claro, pero a mí me da igual porque yo me voy mañana. Así que apaga el cigarrillo y nos dice que se tiene que ir. Y yo también, claro.

El ascensor de vuelta no es como el de ida, porque estás pensando en que tienes que volver, y porque si la conversación se alarga, la vas a tener que cortar. Así que había un silencio incómodo (incómodo para mí, al menos). Y entonces un compañero con un aire a Chris Cornell que iba en el ascensor me salva la vida: "¿Qué tal?" (Sí, es una apertura recurrente en ese edificio). Entonces esbozo una sonrisa, doy gracias mentalmente a Chris y respondo "Bueno, es viernes y estoy aquí". Y me giro a ver si está sonriendo, y sí. Y el momento se alargó, y Chris se quedó como diciendo "qué me he perdido?" ¡y entonces la chica le respondió! "No, es que antes... déjalo, da igual". ¡Toma por el culo, punto para el equipo visitante! Y nada, apenas se empezaba a bailar el baile de la victoria en mi cabeza se abrieron las puertas y la chica salió a toda leche, tanto que probablemente ni oyó el "hasta luego, encantado" que le solté.

En fin, el resto de la tarde estuve colgado del ordenador con una portabilidad, por la noche currando en un cartel, dormí tres horas y llegué al edificio arrastrando los pies y luciendo unas ojeras calibre Palpatine. Pero vamos allá. Cargo el revolver: es mi último día, tengo cinco descansos y ya puedo hacer que me rindan. Subo a por un capuccino y entro a trabajar.

11:25, primer descanso de 5 minutos. Bajo a toda leche a la tercera, me endoso un capuccino (que no me apetece pero es sólo por ver si me la cruzo), bajo a la salida. No hay nadie. Subo de nuevo a la tercera y... no, no me atrevo y además me estoy meando. Bueno, no es hora de ponerme exigente. Subo, voy al baño y vuelvo al trabajo. No pasa nada, aún me quedan cuatro balas.

11:50, segundo descanso de 5 minutos. Bajo a la planta baja, no hay nadie, subo a la tercera cojo aire... y empujo la puerta del departamento de atención al público. Caray, aquí tienen moqueta. Me pateo el departamento de un lado al otro ¡y la chica no está! ¿Pero cómo no está? Subo y vuelvo a trabajar, ya de mala leche.

12:40, tercer descanso de 5 minutos. Bajo a la tercera, busco a gente que esté descansando. Les pregunto si son de atención al público, y si son los mismos que estaban ayer por la tarde, y me responden que hay alguno que sí, pero hay gente que tiene los horarios más raros y que la persona que busco probablemente no trabaje por las mañanas o no trabaje los fines de semana. Bajo desanimado a la planta baja, y me tropiezo con un par de compañeras, que me preguntan si me sobran los descansos o qué (nótese que llevo 3 en hora y media). Les cuento que estaba buscando a una chica que trabaja en atención al público, y me dicen que busque en la segunda, que también hay gente allí.

13:30, cuarto descanso de 5 minutos. Bajo a la segunda, me pateo toda la segunda y no está. Subo a la tercera, me vuelvo a patear toda la tercera por si antes estaba y yo no la vi, y no, tampoco está. Porras, qué frustrante.

15:00, descanso de 10 minutos (ya sin ganas). Merodeo por aquí y por allá y me cruzo con el tío con el que estuvimos hablando. Es mi última bala, así que le pregunto si le sonaba la chica, y me dice que no, que no la había visto nunca. Pues ahora sí que ya no me queda nada por hacer.

Así que nada, escocido me quedé. Para una persona interesante, de mi edad, y con la que parecía que podía que encajar, y además era una chica y era guapa, y voy y la encuentro demasiado tarde. Y no me hace puta gracia que la historia termine así, pero claro, no sé nada sobre ella salvo su aspecto, su edad aproximada y que trabaja por las tardes en... espera, tengo una idea.

Lunes, 17:00 de la tarde, Mike y yo salimos hacia casa de reAper por un asunto que no viene al caso. Al acercarnos a Coruña pido a Mike que se desvíe, que quiero hacer una parada. Hacia las 17:30, tras aparcar, beberme un café a toda leche y hablar a Mike de cómo estas cosas me siguen acojonando por mucho que me entrene, cojo aire, entro al edificio y subo a la tercera, entro en la zona de atención al público, me la pateo de arriba a abajo... ¡y no la encuentro! ¿Cómo puede ser? Pero al que sí que encuentro es a Sergio, el señor novio de Arwen, que resulta que también trabaja allí. Se coge un descanso, bajo, tomamos una coca-cola con Mike, le comento la situación, me dice que no tiene ni idea de cómo ayudarme. Vuelvo con él, y me pongo a buscar ahora un poco más moralizado y con más calma, hasta que la veo. Me paro cinco segundos a asegurarme de que es ella, intento no ponerme a dar botes y luego me coloco a su lado.

La chica está hablando por teléfono. Durante la conversación levanta la vista, me ve, y luego sigue con lo que estaba haciendo. A los cinco minutos (digo un número aleatorio de minutos porque a mí me parecieron doscientos cincuenta, pero he de mantener un sano escepticismo al respecto), pone el mute al teléfono. Y en el acto le entra otra llamada, tiene que quitar el mute, nos reímos, atiende la llamada, y le dice que tiene que consultar alguna cosa. Pone el mute y levanta la vista. Me toca.
-Este, hola, te acuerdas de mí?
-Sí
-Es que el viernes vi que te cogías el descanso sola y bajé a buscarte el sábado para compartir otro contigo, pero no te encontré, y ahora ya no trabajo aquí, pero ¿te puedo invitar a un café un día de estos?
-Pues... (la pobre estaba en shock) no lo sé.

¿QUE NO LO SABES? ¿CÓMO QUE NO LO SABES? ¿TE PUEDES HACER UNA IDEA DE LO QUE ME HA COSTADO ENTRAR POR ESA PUTA PUERTA?

-Ya, claro, es que igual es un poco heavy que entre así de pronto y tal
-Sí, un poco
-Mira, lo vamos a hacer así: yo te apunto mi número de teléfono y si un día te apetece, me llamas, ¿vale?
-Vale, perfecto. Apúntame también tu nombre, que no me lo dijiste.
-Sí, claro, porque tú eres XXX, ¿verdad? Te lo oí ahora por el teléfono.
-Sí, soy yo.

Cojo el papel y el boli que me pasa, veo que me tiembla un poco el pulso, le apunto mi número y mi nombre mientras veo que ella retoma la llamada y se equivoca en lo que le iba a decir a la llamada. Nos reímos. Caray, aún soy capaz de poner nerviosa a alguna chica de vez en cuándo. Le digo que encantado y que perdone si la he intimidado, pero simplemente pensé que por qué no, y me voy. Al llegar a la planta baja (tras ver cómo me temblaba todo en el espejo del ascensor y esperar que sea el tembleque de después de y no el de durante) el teléfono me vibra, y cruzo los dedos pero no es ella, es un mensaje de Sergio que dice que soy un crack. Esa sería la primera de las muchas veces que me ha vibrado el teléfono y he cruzado los dedos desde entonces.

Ahora ya hace una semana de todo esto, ya he perdido oficialmente la esperanza de que me llame y la historia pasa a engrosar oficialmente mi (ya bastante gruesa) lista de Batallas Perdidas. Y nada, lo de siempre: un grito por todas las veces que nos quedamos con las ganas y volvemos a los clásicos; pero en serio, me consta que hay chicas que leen esto para ver si cuento algo sobre Mike, así que ya que estáis, os agradecería mucho que me aclaráseis qué coño estoy haciendo mal, porque supongo que no he sido particularmente brillante, pero creo que me he ganado un maldito café, ¿no? En serio, esto no funciona pero no sé qué pieza está fallando exactamente.

Y lo más divertido es que pensaréis que sólo pongo las batallas que me salen mal y me callo las que me salen bien, pero qué va, todas son así. Pero bueno, al menos puedo decir que no me voy a quedar pensando qué hubiera pasado si. Y además he ganado una buena historia :-)

Comentarios

Manuel D. "LLO" ha dicho que…
¡Caaaaaaaaray, me estoy sintiendo mazo halagado! :D

Para los cotillas, se está gestando un bis en los comentarios de esta misma entrada en Misoginia, pero es posible que se quede en agua de borrajas la cosa.

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